En esta casa adoramos a Megan Abbott. En 2011 publicamos su novela Reina del crimen (galardonada con un premio Edgar) y hemos seguido con entusiasmo su ascenso constante hacia las primeras ligas de la narrativa estadounidense con obras posteriores como The End of Everything (2011), Dare Me (2012), The Fever (2014) y You Will Know Me (2016). Este año se ha estrenado como guionista televisiva formando parte del equipo de escritores de The Deuce, la nueva serie de David Simon y George Pelecanos para HBO, en la que se narran los inicios del cine porno en la Nueva York de los primeros setenta y cómo la irrupción de esta nueva industria impacta las vidas de toda una serie de personajes (prostitutas, chulos, policías, periodistas, camareros) anclados en el epicentro del negocio del sexo, en la calle 42 de la Gran Manzana. (La serie, además de parecerme estupenda, tiene varios puntos en común con nuestro libro El otro Hollywood, circunstancia que aprovecho para dejar descaradamente este enlace por si os queréis descargar un adelanto en PDF). En esta interesante entrevista de Kristopher Mecholsky para Los Angeles Review of Books, Megan comentaba varias circunstancias de su reciente salto de la novela a la pequeña pantalla. Reproduzco en los siguientes párrafos algunas de sus declaraciones.
Pernell Walker y Don Harvey en The Deuce.
David y George querían escritoras de novela criminal; George se lo propuso a Lisa Lutz y David me lo propuso a mí. […] Tanto a David como a George les gusta trabajar con novelistas, eran perfectamente conscientes de que necesitaban voces femeninas enérgicas en el equipo y pensaron en nosotras. Por supuesto, me emocionó mucho que contaran conmigo, pero también fue un un poco aterrador. Nunca había trabajado en un equipo de guionistas, ha sido una experiencia completamente nueva para mí. La intensidad, la energía de la colaboración… todo es sumamente distinto, te diría que incluso fundamentalmente opuesto, a la vida solitaria del novelista. Para mí ha supuesto un shock tremendo. Al principio tenía previsto limitarme a escuchar, darme el lujo de permanecer un poco en segunda fila. Pero a las pocas horas del primer día, ya estaba completamente metida en el ajo. ¡En una sala de guionistas no está permitido limitarse a escuchar! Al menos, no en ésta. Y me di cuenta de que me importaba muchísimo el mundo y las vivencias que la serie estaba empeñada en mostrar. Además, David y George son muy buenos a la hora de crear una atmósfera receptiva. Nos animaron tanto a Lisa como a mí a meternos de lleno. He aprendido mucho con ellos y con Richard Price, que también es productor ejecutivo de la serie. Ha sido una clase magistral. Desarrollamos la historia todos juntos en la sala, trazando en primer lugar las tramas de toda la temporada y dividiéndolas luego por episodios. Cada guión contiene elementos aportados por todos y cada episodio ha sido escaletado de manera conjunta en la sala, secuencia a secuencia; después, uno de los guionistas tiene la tarea de escribir los dos primeros borradores. En mi caso, fue el séptimo episodio. Pero, inevitablemente, cosas que has escrito tú acaban en otros episodios y cosas escritas por otros acaban en el tuyo. No puedes ponerte pejiguera con qué es lo tuyo y qué es de otro. Lo cual es un aspecto que me encanta, porque me libera de mucha presión.
Dominique Fishback, Kim Director y E. J. Carroll en The Deuce.
Creo que a la hora de ponerme a escribir no pienso en términos alegóricos. Hay cuestiones amplias que siempre van a formar parte de la serie, como el coste humano del capitalismo impenitente y descontrolado. El modo en el que las personas actúan dentro y fuera de sistemas corruptos o deficientes para sobrevivir y encontrar un sentido. Pero no puedes convertir una idea en un personaje ni los personajes deben de ser encarnaciones de ideas. En la sala de guionistas nunca olvidamos que estamos hablando sobre personas, no sobre conceptos. Hablamos sobre un grupo complicado y más bien hermoso de personas, sobre un mundillo picaresco y canalla, caracterizado por el humor negro, cierta belleza arrastrada y una carga emocional.
De manera similar, como novelista siempre he trabajado centrándome en el personaje y cuidándome mucho de representarlo de manera fiel y consistente. Así es como evitas las convenciones o los clichés. Una vez te empiezas a plantear las complejidades y ambigüedades de cualquier personaje, los clichés salen por la ventana. Y así es como hemos trabajado siempre en la sala de guionistas. David y George nos animan en todo momento a ir a contracorriente, a luchar contra lo evidente, contra los estereotipos gastados… y mediante el ejemplo, demuestran las recompensas que obtienes al hacerlo. Si te fijas por ejemplo en nuestras trabajadoras del sexo, no hay ningún personaje que se parezca a otro. Darlene es distinta de Ashley que es distinta de Candy y Ruby. Todas experimentan su mundo de maneras diferentes. Todas toman distintas distancias respecto al mismo. Tan pronto como entras en el marco de lo específico, dejas de operar con clichés. Y ahí es cuando empieza la diversión. Ahí es cuando los personajes cobran realidad.
Method Man y Maggie Gyllenhaal en The Deuce.
Cuando escribo ficción intento no pensar temática o analíticamente… ¡eso puede ser mortal! […] Y personalmente me interesa mucho, igual que a la serie, la colisión entre nuestras personalidades públicas y privadas, las personalidades que nos creamos para enfrentarnos al mundo. El punto hasta el cual, las mujeres en particular, debemos llevar siempre una máscara y ser capaces de crear varias máscaras distintas para operar en nuestro mundo. No estoy segura de que los viajes [de nuestros personajes] sean precisamente de autodescubrimiento, pero The Deuce explora un mundo muy insular y tan pronto como empiezas a desplazar a sus habitantes a otros entornos, tú, como espectador, inevitablemente aprendes más sobre ellos. Les ves adoptando otro disfraz y de esa manera se revelan inadvertidamente ante ti. Pero no escribo con estas ideas en mente. Simplemente intento concentrarme en los personajes, […] intento no pensar en los grandes conceptos. Creo que es mejor que surjan de manera orgánica, tal como acaba sucediendo teniendo en cuenta la estructura y la dinámica que han organizado David y George. Pero ahora, viendo la serie con público en este momento en concreto de nuestra cultura, verdaderamente parece formar parte de otra conversación mucho más amplia sobre la complicidad —tanto masculina como femenina— en la violencia sexual, la intimidación y la privación de poder. ¿Qué implica ser testigo o parte interesada en la comercialización, humillación o dominación de otras personas? ¿Qué significa que nos beneficiemos de ello? ¿En qué momento intervenimos? Interiormente he reflexionado mucho al respecto como creo que hemos hecho todos. Puede que sea coincidencia que la serie se esté emitiendo en un momento tan crispado para nuestra cultura, pero quizá no lo sea.
Llevo un par de semanas disfrutando de lo lindo con la nueva temporada de Luther, la serie protagonizada por Idris Elba, creada y escrita para la BBC por nuestro admirado Neil Cross, el autor de Capturado. Bueno, más que disfrutando, en realidad lo que estoy haciendo es sufrirlo de lo lindo, porque anda que no dan mal rollete estos nuevos episodios (si aquel del año pasado del asesino que desangraba a sus víctimas os pareció siniestro, esperad a ver las que monta Mister Punch, el primer villano de la nueva temporada). El caso es que el episodio que vi anoche, el tercero ya, comienza con este intercambio entre Luther y la joven Jenny Jones:
Me hizo tanta gracia que tenía que subirlo aquí (¿alguien se imagina un diálogo así en una serie dirigida al gran público, ya no hace diez años, sino siquiera cinco?). Ah, y por si alguien tiene alguna duda de lo que piensa Neil Cross sobre los tebeos, que se relea esta entrevista con él que colgué hace unos meses. Ya de paso, os dejo un par de youtubes: el espectacular teaser de la segunda temporada, un par de palabras de Neil Cross acerca de la psicología de Luther y también sobre el papel que juega Londres en la serie.
El domingo pasado, HBO estrenó en Estados Unidos el esperado y fenomenal primer episodio de la segunda temporada de Treme, la serie creada por David Simon y Eric Overmeyer que retrata los quehaceres diarios de varios y variopintos personajes en la Nueva Orleans post-Katrina. Una excusa inmejorable para reproducir un par de fragmentos de esta extensa entrevista con el siempre interesante y locuaz Simon, realizada por Bill Moyers y aparecida en el número de este mes de la revista Guernica.
Bill Moyers: ¿Qué tiene la escena criminal que te aporta un agujero, quizás el mejor agujero, a través del cual ver cómo funciona realmente la sociedad norteamericana? David Simon: Puedes ver las equivocaciones. Ves aquellas cosas que no llegan a los libros de educación cívica y ves lo interconectado que está todo. Lo conectados que están los resultados del sistema escolar con la cultura de las esquinas. O hasta qué punto interviene la influencia de los padres. El declive de la industria interactúa de repente con esa especie de fraude que es la escasez de la educación pública en los barrios pobres. Porque The Wire no era una historia sobre América, habla de la América que hemos abandonado, la que hemos dejado atrás. Bill Moyers: Me impresionó una cosa que dijiste, hablando sobre drogadictos que salían de desintoxicarse y tenían que apretar los dientes para volver a arreglárselas en el barrio. Y entonces se encontraban cara a cara con una gran pregunta. David Simon: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Ya sabes, se trata de tipos que salen de la adicción con treinta, treinta y cinco años, porque a menudo hace falta llegar hasta esa edad para conseguirlo; tipos que llegaron a la adicción acarreando toda una serie de problemas, algunos personales e interpersonales y otros sistémicos. Este tipo de personas son en realidad el excedente de Norteamérica. Nuestra economía no los necesita. No necesitamos al 10 o al 15% de nuestra población. Y ese es ciertamente el caso de aquellos con una carencia educativa, mal atendidos por el sistema escolar de los barrios pobres, que no han sido preparados para la tecnocracia de la economía moderna. Fingimos que los necesitamos. Fingimos que educamos a los críos. Fingimos que de verdad los estamos incluyendo en el ideal americano, pero no lo estamos haciendo. Y no son tontos. Ellos lo saben. Entienden que la única base económica viable en sus barrios es el negocio multimillonario de la droga.
Los chicos de la esquina en The Wire.
Bill Moyers: ¿Puede la ficción contarnos algo acerca de las desigualdades que el periodismo no pueda? David Simon: A menudo me lo he preguntado, porque fui periodista durante muchos años y me consideraba bastante bueno. Como reportero, intentaba explicar el modo en el que la guerra contra las drogas no funciona, y escribía artículos muy trabajados y muy bien documentados que luego salían al éter y desaparecían. Después me ponían al lado el texto de algún columnista que se limitaba a escribir: «Pongámonos duros con las drogas», como si no hubiera dicho nada. Incluso en mi propio periódico. Y entonces pensaba: «Tío, hacer esto con los datos es una lucha continua». Cuando cuentas una historia con personajes, los espectadores pegan botes en sus asientos, y parte de eso se debe al modo en el que experimentamos la televisión. Bill Moyers: ¿Es porque estamos atados a los hechos que no podemos llegar hasta donde podría llevarnos la imaginación? David Simon: Uno de los temas de The Wire era que las estadísticas siempre mienten. Las estadísticas pueden realizarse de modo que afirmen cualquier cosa. Muéstrame cualquiera que describa un proceso institucional en América: medias académicas, estadísticas criminales, índices de arrestos, cualquier cosa que pueda aprovechar un político, cualquier cosa que alguien pueda usar para conseguir un ascenso, y tan pronto como inventes esa categoría estadística, cincuenta personas se pondrán a trabajar en la institución de turno para intentar desarrollar un método que haga parecer que se está dando un progreso cuando en realidad no hay progreso alguno. Vamos a ver, toda nuestra estructura económica siguió a ciegas la idea de que los títulos avalados por hipotecas tenían un valor cuando en realidad no tenían ninguno. Eran tóxicos. Y sin embargo se negociaba con ellos y se promovían porque alguien podía conseguir un beneficio a corto plazo. Del mismo modo que un comisario de policía o un sargento pueden recibir un ascenso, y un mayor puede convertirse en coronel, y un secretario de escuela puede convertirse en director, si consiguen que parezca que los chicos están aprendiendo o que se están resolviendo crímenes. Cuando era reportero tuve un asiento de primera fila para darme cuenta de cómo una vez aprendieron a meterle mano a las estadísticas del crimen, estas dejaron de representar la realidad. Bill Moyers: Hay una escena en la tercera temporada de The Wire en la que el intendente Bunny Colvin, de la policía de Baltimore, uno de mis personajes favoritos, da una charla inusualmente sincera sobre la futilidad de esta guerra contra las drogas. David Simon: No creo que tengamos estómago para evaluarla realmente. Bill Moyers: ¿Qué quieres decir?
David Simon con otro habitual de este blog, George Pelecanos. Foto: Steve Ruark.
David Simon: Una vez más, tendríamos que hacernos a nosotros mismos un montón de preguntas incómodas. La mayoría de las personas afectadas por todo esto son de piel negra, oscura y pobres. Son los cascos antiguos abandonados de nuestras áreas urbanas. Como decíamos antes, económicamente, no los necesitamos; la economía americana no los necesita. Siempre y cuando no salgan de sus ghettos y sólo se maten entre ellos, estamos dispuestos a pagar una presencia policial para que los mantenga fuera de nuestra América. Y para que peleen por las sobras, que es lo que a todos los efectos es la guerra contra las drogas. Como básicamente nos hemos convertido en una cultura basada en el mercado, eso es lo que sabemos hacer y eso es lo que nos ha llevado hasta este triste desenlace. Y creo que vamos a seguir la misma lógica de mercado hasta llegar el amargo final. Bill Moyers: ¿Que sería cuál? David Simon: Si no los necesitas, ¿para qué te vas a molestar? ¿Por qué evaluar seriamente lo que le estás haciendo a tus ciudadanos más pobres y vulnerables? No hay ningún provecho en ello, al margen de marginalizarles y descartarles. Bill Moyers: ¿Eres cínico? David Simon: Soy muy cínico con las instituciones y su voluntad para someterse a una reforma. Cuando hablamos de personas e individuos, no soy cínico. Y creo que el motivo de que The Wire sea visible, o incluso tolerable, para los espectadores es porque muestra un gran afecto por los individuos. No es una serie misántropa en modo alguno. Tiene un gran afecto por todas esas personas, particularmente cuando se levantan para decir: «No voy a seguir mintiendo. Realmente voy a pelear por lo que percibo que es una pizca de verdad“. ¿Sabes? Con el tiempo la gente recordará The Wire y pensará: “No era una serie tan cínica como nos pareció en su momento. En realidad era más periodística que otra cosa. Estaban siendo groseramente francos. Pero era menos malintencionada de lo que nos pareció». Creo que en Baltimore la respuesta inicial al ver la serie en emisión fue: «Estos tíos están siendo injustos y mezquinos. Han salido a machacarnos». Pero en realidad era una carta de amor a la ciudad.
El próximo lunes 13 de diciembre, AXN estrenará en España Luther, la serie creada y escrita por Neil Cross, el autor de Capturado (la referencia más reciente en nuestra colección de narrativa). Se trata de un intenso thriller policiaco protagonizado por Idris Elba (Stringer Bell en The Wire), que llega a nuestras pantallas tras haber cosechado un gran éxito de crítica y público en Gran Bretaña, donde consiguió reunir semanalmente a más de 4.000.000 de espectadores y un 18% de share para la primera cadena de la BBC. La segunda temporada de la serie ya está confirmada y en preparación y contará nuevamente con guiones de Cross, el cual también está preparando tres novelas del personaje para Simon & Schuster. Poco antes del estreno de la serie, a finales de abril, el propio Cross escribió una entrada en el blog de la BBC a modo de presentación, que me ha parecido pertinente recuperar justo ahora que por fin vamos a poder verla también en España. Si te gustó Capturado, lo más probable es que disfrutes de lo lindo también con Luther. Y si por el contrario ya has visto la serie pero aún no has leído la novela, aprovecha que estos días estamos redistribuyéndola para hacerte de una vez con un ejemplar. ¡Verás como no te arrepientes! Sin más preámbulos, Neil Cross.
Ruth Wilson es Alice Morgan, némesis o quizá alma gemela de Luther.
Presentando a Luther… con cariño para el detective Colombo.
El personaje que luego acabaría siendo el Inspector Jefe John Luther llevaba dando vueltas por mi cabeza desde mucho antes de tener nombre… o idea alguna de cómo iba a utilizarlo. Nació como un modo de conectar dos ideas de diferentes géneros dentro del amplio espectro de la ficción criminal. Luther tiene algo de Sherlock Holmes, parte de ese genio analítico indiferente. Pero también tiene la complejidad emocional y la ambigüedad moral que suele encontrarse de manera más común en el thriller psicológico. Me pareció que combinar ambas propiedades (brillantez deductiva y pasión moral) en un solo hombre, podía originar un personaje potente, herido y profundamente heroico.
En cuanto al formato de la serie, me crié siendo un fan de Colombo, y todavía me encanta. Pero el formato de Colombo (el «Cómo lo cogemos» o historia de detectives a la inversa) no estaba pensado para acentuar el dramatismo. El teniente Colombo raras veces corría un riesgo personal (porque no era eso lo que queríamos ver) y sabíamos que al final siempre detendría al asesino. Lo que no sabíamos era cómo… lo cual jugaba un gran papel a la hora de hacer de aquella serie algo tan satisfactorio.
El formato de la historia de detectives a la inversa apenas ha vuelto a utilizarse desde que terminó Colombo, al menos que yo sepa. De modo que me pareció que podría resultar emocionante recuperarla como una especie de duelo psicológico entre un policía entregado y medio loco y los criminales depravados a los que persigue. Por lo tanto sabemos a quién tiene que detener Luther. Lo que no sabemos es cómo porras va a hacerlo.
Luther, Mark (Paul McGann) y Zoe (Indira Varma), un triángulo que dará de sí mucho más de lo esperado.
El proceso de realizar la serie, desde escribir los guiones hasta verlos llegar a la pantalla, ha sido emocionante y en ocasiones aterrador. Para como suelen ser estas cosas, Luther avanzó a un ritmo ciertamente muy rápido. En ocasiones me sentí como si me hubieran atado al morro de un cohete. En las semanas previas al despegue, pude sentir el rugido seísmico y constante de sus motores a duras penas contenidos. Una vez empezó a moverse, no pude hacer otra cosa que agarrarme fuerte y esperar que mis dientes aguantaran la vibración sin salir despedidos. En una situación como esa, no te afecta el bloqueo del escritor. Y tampoco duermes mucho. Pero pude trabajar con gente que me gusta, admiro y en la que confío. Éramos un verdadero equipo y teníamos una misión. Me encanta ese sentimiento de camaradería.
El reparto es tan bueno que me aterrorizaba conocerlos como individuos, y ya no digamos como conjunto. Pero eso es esencialmente lo que sucedió. A excepción de Indira Varma (que ese día no podía estar) los conocí a todos en la reunión de lectura del primer episodio, una especie de primer ensayo en el que no hice más que balbucear. Aquella noche salimos a tomar unas copas. Durante la primera hora, mientras hablaba con Saskia Reeves, lo único en lo que podía pensar era: «¡Estoy hablando con Saskia Reeves!». A eso de las diez, ya me había tomado un par de gin tonics y Warren Brown, que interpreta al Sargento Ripley, hizo su imitación de Lily Savage, de modo que por fin fui capaz de relajarme un poco y sencillamente disfrutar del hecho de haber sido capaces de reunir un reparto tan alucinante.
Luther, dándole al tarro.
La gente a menudo me pregunta cuál fue el mejor momento, pero para ser sincero es difícil elegir sólo uno o dos. Durante la preparación y también durante la producción pasé cantidad de tiempo riendo con mis colegas. Echando la vista atrás, y teniendo en cuenta las presiones debido a la falta de tiempo, me parece sorprendente. Pero un momento particularmente feliz fue cuando contratamos a Idris Elba. Queríamos que fuera una serie especial, así que cuando empezamos a hablar de quién podría ser nuestro protagonista decidimos ser ambiciosos, poner alto el listón, pensando: si no lo intentas, nunca lo sabrás.
Idris estaba en la lista…. porque Idris está prácticamente en la lista de todo el mundo. Pero su nombre estaba arriiiiiiiiiiba del todo, muy por encima de la línea de cielo. Así que cuando recibí la llamada para anunciarme que había aceptado, fue un buen momento. Tan bueno como pueden llegarlo a ser este tipo de momentos, creo yo. Luego estuvo el de ver lo filmado durante el primer día de rodaje, en el exterior de la casa de los Morgan, la escena del crimen del primer episodio. Vi a Idris entrar en el plano, agacharse bajo la cinta policial y pensé: «Ahí está. Ése es Luther».
Alice Morgan, maquinando alguna maldad.
Naturalmente, adoro a John Luther. Pero también siento un amor sin reservas por el personaje de Alice Morgan. De hecho, me parece recordar que durante aquella primera salida nocturna con el reparto le dije a Ruth Wilson (que es quien la interpreta) que en muchos sentidos me parecía que Alice era la mujer perfecta. Se me quedó mirando, debo decir, con cierto grado de horror.
Alice era un papel formidable; fría y coqueta, asesina y vulnerable, noble y corrosiva, a veces en la misma frase. Pero Ruth es quien la hace absolutamente real y completamente absorbente. Hay un momento en el episodio cuatro en el que de verdad consigue asustarme.
Estaba en el set el día que Idris y Ruth rodaron su primera escena juntos. Hicieron que se me pusiera piel de gallina, pero no me parece que sea bueno para mí pasar demasiado tiempo en el rodaje, porque simplemente no es el espacio natural para un escritor. De modo que tomé las de Villadiego y les dejé seguir con su trabajo. En cuanto a qué podéis esperar de Luther y adónde se encaminarán sus pasos… bueno, si os lo contara no sería una sorpresa. Digamos únicamente que la presión sobre él no va aflojar. Ni por un instante.
Ya sabéis que ocasionalmente, y sin abusar, me gusta dejar aquí constancia de algunos de los trabajos que voy traduciendo para otras editoriales, ya sean libros o tebeos. Después de todo, la traducción sigue siendo mi primera fuente de ingresos (si alguien pensaba que vivo exclusivamente de la editorial, lamento tener que desengañarle; ¡qué más quisiera yo!). De lo que no suelo hablar casi nunca, sin embargo, es de las traducciones que hago para la televisión. Principalmente porque, francamente, dan un poco de vergüenza ajena. De programas de caza y supervivencia a los realities más cutrongos del universo, la cantidad de basurillas con las que he tenido que vérmelas en los últimos años bastaría para quemarle el cerebro a cualquiera (estoy convencido de que a mí también me ha dejado secuelas). Muy de vez en cuando, sin embargo, me voy encontrando con proyectos que disfruto (como las ocho temporadas de That 70s Show o las tres primeras de Rockefeller Plaza). Y hoy precisamente quería hablaros de uno de ellos: Mary Shelley’s Frankenhole, una serie de animación para adultos producida por Adult Swim que acaba de empezar a emitirse en España a través de TNT.
Frankenhole es una creación de Dino Stamatopoulos, que también trabajó en The Drinky Crow Show, dando vida a los personajes del descacharrante Maakies, de Tony Millionaire. En esta ocasión, Stamatopoulos ha puesto su talento y su mala baba al servicio de los personajes clásicos de las películas de monstruos de la Universal, recuperando no sólo arquetipos como el Barón de Frankenstein, Igor, la criatura, el hombre lobo y Drácula, sino también toda una estética e incluso rasgos de actores en concreto (el profesor Polidori, secuaz de Frankenstein en estas aventuras, por ejemplo, tiene el rostro, los manierismos y hasta el acento de Ernest Thesiger, el actor que interpretaba al doctor Pretorius en La novia de Frankenstein de Whale). Partiendo de una premisa argumental totalmente comodín (Frankenstein ha creado una serie de «frankenagujeros» espaciotemporales que permiten que cualquiera pueda acudir a consultarle desde cualquier momento y lugar), Frankenhole se permite jugar con los géneros y con todo tipo de situaciones derivadas del «paciente estrella» de cada episodio. En el que emite TNT esta noche, por ejemplo, la incapacidad de Thomas Jefferson para satisfacer sexualmente a sus esclavas le lleva hasta Frankenstein para solicitar un transplante de pene «cuanto más africano mejor», lo cual desemboca en varios viajes temporales en busca del negro perfecto hasta culminar en un divertido número musical encabezado por Ike Turner y Chuck Berry. Otros episodios destacados tienen como protagonistas a Hitler (que quiere que le hagan una operación para dejar de odiar a los judíos), a Ron Howard (que quiere volver a ser joven y bello como cuando era niño prodigio para poder masturbarse a gusto delante del espejo) y a Lyndon B. Johnson (que quiere que transplanten su cerebro al cuerpo del recién difunto JFK para poder trajinarse a todos sus ligues). Imagino que vais viendo el patrón: Frankenhole es una serie de humor brutote, sobrado y 100% irrespetuoso que se pasa la corrección política completamente por el forro, provocando no sólo la carcajada sino también, en ocasiones, incredulidad. Su mayor mérito, sin embargo, es que sabe ir más allá de la barrabasada para alcanzar cotas de auténtica brillantez formal, como por ejemplo el episodio 5, «El ataque del Hombre Lawrence» (probablemente mi favorito), una estupenda e ingeniosa historia de hombres lobo/viajes en el tiempo escrita por Scott Adsit.
Pero al margen de sus aciertos como serie de humor, Frankenhole brilla también como serie de animación gracias a una maravillosa técnica de stop-motion que da vida a un material tan poco habitual en el gremio como el papel. Una idea surgida de la necesidad, pero que otorga una personalidad muy propia y unas texturas muy poco habituales a los personajes, tal y como explica el propio Stamatopoulos en esta entrevista: «Al tener que reproducir los rasgos de tanta gente conocida, decidimos prácticamente desde el principio que no podíamos permitirnos esculpir tal cantidad de cabezas, de modo que fui al tipo que hace las marionetas y le dije: «Un buen recurso sería coger fotografías de gente famosa y envolver con ellas las marionetas». Darles una cualidad un poco a lo South Park, sólo que más tridimensional. Fue él quien desarrolló estos extraños y hermosos origami con los que envolver a los personajes, y el resultado es realmente asombroso». Esta novedosa técnica, combinada con los cuidados diseños tanto de los personajes como de los decorados, son los que hacen de Frankenhole un apetitoso bocado para todos los fans de la animación. Y como muestra, un botón: los primeros cinco minutos del episodio 4. Aunque están en inglés, no os perdáis al menos los créditos a partir del minuto 1:40.
Si os ha gustado, ya sabéis: esta noche en TNT, a las 00:50 horas, más (también podéis consultar los horarios de los próximos episodios aquí). Yo sólo puedo decir que ojalá funcione bien y que haya más temporadas, porque realmente ha sido una de esas raras ocasiones en las que me lo he pasado pipa trabajando para la tele. Y por si algún productor está leyendo esto, añadir que sólo otra cosa podría hacerme más feliz: ¡que alguien me llamara para traducir Misfits!
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Cultura Impopular está escrito por Óscar Palmer. Puedes contactar con él por correo electrónico.