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El blog de Espop Ediciones

miércoles 11 de febrero de 2009

Un hombre solo en la vasta cordillera

Cordilleras desde Santiago de Chile. Ilustración de R. T. Pritchett.

Por fin los hombres llegaron al paso del Portillo, la «pequeña puerta» de las montañas, y miraron sobrecogidos la inmensa planicie de la pampa a sus pies, una vasta extensión de tierras sólo interrumpida por los ríos que corrían como hilos de plata bajo el sol del amanecer antes de desvanecerse en la lejanía. Darwin había logrado su objetivo.
Empezaron el descenso hacia el puesto fronterizo de la república de Mendoza. En una de las paradas, Darwin colocó trampas y logró cazar otro ratón.
—Este ratón es distinto de los que hay en el lado de Chile —declaró.
—Pues claro —dijo Mariano echándole un rápido vistazo—. Los ratones chilenos son diferentes de los ratones de Mendoza.
—Todos los animales del lado de Chile son diferentes de los animales del lado de Mendoza —explicó Gonzales como si estuviera hablando con un idiota.
—¿Todos? ¿Está usted seguro? —Debía tener cuidado con las afirmaciones de los guasos. Mariano y Gonzales no habían demostrado ser muy perspicaces en el campo de la historia natural.
—Todo el mundo lo sabe, don Carlos. En cuanto a los cóndores, bueno, en su caso pueden volar de un lado al otro, así que es diferente. Pero los demás animales no cruzan los pasos entre las montañas. Hace demasiado frío. Por consiguiente, los animales chilenos y los mendocinos son completamente distintos.
A Darwin le daba vueltas la cabeza. Eso significaba que los animales habían empezado a existir después de que se alzaran los Andes, y que los Andes aún estaban alzándose. Por tanto, no podían haber sido creados por Dios en el sexto día. Entonces, los dos grupos de animales eran criaturas nuevas, o —la aterradora monstruosidad de esa posibilidad hizo que se le pusiera el pelo de punta— se habían transmutado, o metamorfoseado, desde ancestros originales y comunes. Enseguida se sintió diminuto e insignificante ante la inmensa y apenas comprensible escala de tales cambios; un hombre solo en la vasta cordillera.

Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Darwin y, por momentos, se diría que el pobre hombre sigue ahí solo, a su edad, en lo alto de esa vasta cordillera; la que separa la razón de la superstición. Cierto es que, si uno se para a pensarlo, sobre todo en comparación con los dieciocho siglos precedentes, la revolución ideológica producida en los ciento cincuenta años transcurridos desde la publicación de su El origen de las especies es realmente vertiginosa, pero a uno no deja de impresionarle lo mucho que queda aún por hacer, y esta especie de revival protagonizado por el creacionismo a lo largo de estas dos últimas décadas, con lavado de cara incluido para ponerlo al día mediante «teorías» como la del diseño inteligente o supuestos museos como el de Cincinnati, con la pretensión de presentar lo que no es sino un acto de fe como una «afirmación científica, lógica y razonable», no hace sino reivindicar la figura de Darwin como un gigante entre pigmeos, un hombre avanzado no sólo para su época sino también para la nuestra. Si Copérnico nos rescató del geocentrismo para ponernos en nuestro lugar, Darwin nos sacudió de un gorrazo las pretensiones de ser hijos del hálito divino (que ya es ser presuntuosos) para revelarnos como pura biología, evolución, accidente. Algo que muchos aún se resisten a asumir.

El Beagle en el estrecho de Magallanes. Ilustración de R. T. Pritchett.

Es por ello que me parece fenomenal la reivindicación de la figura de Darwin llevada a cabo desde diversos ámbitos a lo largo de este año y a ella me sumo, como cientos de otros blogs en estos días, para hablaros no de su vida ni de su obra, sino para recomendaros un libro. Un libro realmente magnífico (y que conste que éste no es precisamente un adjetivo del que suela hacer mucho abuso) que se cuenta sin lugar a dudas entre mis lecturas favoritas de la última década. Se trata de Hacia los confines del mundo (editado en España por Salamandra), del británico Harry Thompson, que narra, entre otras cosas, el viaje de Darwin a bordo del Beagle y del cual está extraído el párrafo que encabeza esta entrada. Y digo entre otras cosas porque, al margen de ser una excelente novela de aventuras, Thompson no se queda sólo en la peripecia ni se centra sólo en Darwin. De hecho, Darwin es más bien el coprotagonista de una narración centrada primordialmente en el capitán Robert Fitz-Roy, responsable de la expedición y una figura, al menos para los legos como yo, ampliamente desconocida. Thompson maneja con audacia y maestría todos los recursos de los grandes novelistas de antaño: personajes descritos con tal talento que es difícil no simpatizar tanto con unos como con otros, a pesar de defender posturas básicamente antagónicas; situaciones complejas, desarrolladas en su justa medida como para que tengan un peso específico en el devenir de los acontecimientos; y un ritmo endiablado que no decae en ningún momento, ni en las secuencias más explosivas (tormentas, batallas navales, terremotos) ni en la más introspectivas. Quizá el mayor hallazgo de Thompson, en cualquier caso, sea el modo en el que a lo largo de la novela las ideas van surgiendo y tomando forma a raíz de la acción y cómo, al igual que en las grandes tragedias, dos espíritus afines movidos por una voraz curiosidad por entender el mundo que les rodea acaban enfrentados en posturas irreconciliables; un drama humano, en definitiva, al amparo de una de las mayores aventuras científicas que ha dado la historia.

Izquierda: Retrato de Darwin a los 31 años por George Richmond.
Derecha: Edición española de Hacia los confines del mundo.


Por desgracia, Harry Thompson falleció a los cuarenta y cinco años en noviembre de 2005, cinco meses después de haber publicado ésta, su primera y última novela. Una verdadera lástima porque, al margen de su apasionante trama, Hacia los confines del mundo revela a un autor completamente formado, en pleno control de sus facultades y con un dominio del lenguaje y de la estructura dramática francamente envidiables. Curiosamente, los trabajos anteriores de Thompson incluyen decenas de guiones para programas de radio, concursos televisivos y comedias como El show de Ali G y tres biografías: una de Peter Cook, otra de Richard Ingrams y una tercera titulada Tintin: Hergé and His Creation que sigue inédita en castellano y a la que le estoy deseando hincar el diente. Nada, en cualquier caso, que pudiera haber anticipado tamaño tour de force literario. Sí que comparten, según parece, el aparente rigor con el que afrontaba sus biografías, presente sin lugar a dudas en todas las páginas de este monumental libro que, una vez más, os recomiendo con fervor.
Mientras os hacéis con él y para terminar de rematar el día de Darwin, aquí os dejo unos cuantos vínculos variados.

  • Una interesante entrevista con Harry Thompson aparecida en el Guardian en junio del 2005, a propósito de su libro y la figura de Darwin.
  • Un ebook que reproduce al completo una reedición ilustrada de 1913 del libro de Darwin A Naturalist’s Vogaye Round the Globe, en el que describe su viaje a bordo del Beagle y una de las principales referencias para el libro de Thompson. Considerado todo un clásico de los libros de viajes, fue un auténtico éxito de ventas en su época.
  • El obituario de Darwin en el Times del 21 de abril de 1882.
  • Un estupendo set de fotos de las Islas Galápagos en flickr.
  • Para celebrar el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, la BBC emitió recientemente The Tree of Life un excelente documental realizado por el mismo equipo de Planeta azul y Planeta Tierra y presentado, cómo no, por Sir David Attenborough (entrevista con él, aquí). Mientras esperamos a que alguien lo edite por aquí en DVD, podéis verlo entero en You Tube. En inglés, eso sí.

—Pero ¿acaso no siente curiosidad por las obras de la naturaleza, señora? —insistió Darwin—. ¿No se pregunta por qué una oruga se convierte en una mariposa? ¿Por qué erupciona un volcán? ¿Por qué en Chile hay montañas, pero al este, en la Patagonia, la tierra es lisa como una tabla?
—Ese tipo de preguntas son tan inútiles como impías —replicó la señora Campos con desdén—. Basta con saber que Dios hizo las montañas.

De Hacia los confines del mundo, Harry Thompson. Traducción (muy buena, por cierto) de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

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