Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

viernes 31 de diciembre de 2010

Será por listas

Andrew Garfield se pregunta cuáles son los mejores libros del año (fotograma de Boy A).

Como todos los años por estas fechas, los quioscos y la blogosfera se llenan de listas; listas con lo mejor del año, listas con lo peor, listas de la compra, listas de listados. Es un ritual que no deja de ser divertido, particularmente para esos locos que, como yo, nos pasamos el año apuntando en cuadernos, por ejemplo, todos los libros leídos, o calificando en la IMDB todas las películas vistas. Por otra parte, acaba resultando también un poco cansino, sobre todo a la que has leído dos o tres listas prácticamente idénticas en medios supuestamente distintos. ¿De verdad necesitamos otro «best of» de los libros del año para hablar de Coetzee y Llosa, entre los publicados en España, o de McCarthy y Franzen en el caso del mundo anglosajón? Bueno, es posible que sí, si lo que queremos establecer es una suerte de calificación pretendidamente impepinable, que es uno de los posibles propósitos de cualquier tipo de lista. A mí, en cualquier caso, me atrae mucho más otra función derivada de este frenesí numerador, que es la de aprovechar para descubrir qué cosas se te han escapado, aquellas a las que a lo mejor no has prestado demasiada atención no por falta de interés, sino de tiempo o por despiste. Es por eso que este año he decidido preparar mi propia lista, no con lo mejor de, ni con lo peor de, sino con una serie de obras que, por hache o por be, no han tenido la repercusión que en mi opinión se merecían. Una lista, si queréis, de marginados en las listas. Me encantaría, además, que si os apetece utilizarais los comentarios para añadir otros libros, películas o discos escasamente promocionados, vuestras recomendaciones personales, vuestros ninguneados favoritos de este 2010 que acaba esta noche Después de todo, se trata de descubrir.

De mis dos novelas favoritas entre las publicadas este año en España ya he hablado largo y tendido. Una es 1974, de David Peace (editada por Alba), la cual comenté en este medio repaso que hice a la obra de su autor (la segunda parte, por cierto, ya está al caer). La otra, The Turnaround, de George Pelecanos, ha sido publicada por Ediciones B con una portada horrenda y el incongruente título de Sin retorno, pero aun así no puedo menos que recomendarla fervientemente. Hablé de ella en su día aquí. Para no repetirme, he preferido obviarlas, pero tampoco quería dejar de mencionarlas. Y ahora sí, tras este preámbulo, ahí van mis (otros) diez libros del año.

DOS HISTORIAS TREMEBUNDAS
1. Niño A, de Jonathan Trigell (Sajalín Editores). Me da la impresión de que, de un tiempo a esta parte, tanto centrarnos en literaturas como la nórdica, la sudafricana o incluso la japonesa nos está haciendo perder un poco de vista el relevo generacional que se está dando en una «escuela» tan próxima y tradicionalmente tan bien representada en España como es la británica. En cierto modo, tampoco está mal, ya que eso nos da a las editoriales pequeñas la oportunidad de acceder a autores que de otro modo estarían permanentemente en manos de las grandes. Es lo que hicimos nosotros con Neil Cross y eso es lo que han hecho los chicos de Sajalín con la primera novela de Jonathan Trigell, Niño A, la historia de Jack, un joven de 24 años que, tras haber pasado 14 en la cárcel por haber participado en un asesinato muy del estilo del célebre caso James Bulger, queda en libertad bajo la tutela de un trabajador social para reincorporarse al mundo enmascarado tras una nueva identidad. Trigell plantea la obra mediante una serie de fogonazos, de escenas más o menos cerradas (ordenadas siguiendo un orden de títulos alfabéticos, como si fuera uno de los diccionarios de Edward Gorey) que van pintando alternativamente y a modo de mosaico el pasado de Jack junto a sus intentos por construirse una cotidianidad mientras intenta escapar del agujero negro creado por su crimen, en su vida y en la de los demás. Es una novela directa, seca y tierna a partes iguales, que además dio pie a una película excepcional, Boy A, dirigida por John Crowley y con un Andrew Garfield en estado de gracia, que por desgracia, si no me equivoco, ni siquiera llegó a estrenarse aquí (afortunadamente el DVD americano tiene subtítulos en español).

2. La guerra es bella, de James Neugass (papel de liar). Personalmente, no comparto ese hartazgo que parece manifestar cantidad de gente con todo aquello que tenga que ver con la guerra civil. Para mí se trata, al igual que la Segunda Guerra Mundial para los norteamericanos, de un momento fundacional y decisivo no sólo para la historiografía sino, precisamente, para la creación de un terreno mitológico dentro de lo narrativo. Vamos, que no me cansa. Y me alegra ver que hay otros editores que tampoco se cansan y que se lanzan a editar libros como este. Aunque el subtítulo, «diario de un brigadista americano en la guerra civil española», ya indica bien claro de qué va el tema, también se queda corto. La guerra es bella es la peripecia, contada día a día, de un conductor de ambulancias de la Brigada Lincoln. Como tal, no tiene ninguna voluntad de ser objetiva ni de analizar el conflicto desde un punto de vista distanciado. Y eso es precisamente lo interesante y absorbente de este libro, que es profundamente personal. Si algo le preocupa a Neugass no es desde luego registrar históricamente los hechos de tal o cual batalla, sino dejar constancia de sensaciones, de experiencias: el frío, la expectación ante el ataque, el ingenio a la hora de preparar las comidas, el comercio con cigarrillos, los chascarrillos en las literas, el día que se aprende el modo correcto de cavar trincheras. Y el modo en el que uno se va implicando en un conflicto, al margen de ideologías, sólo por inevitable compañerismo hacia la gente que esquiva balas a tu lado, algo que llevará a este en principio tímido conductor de ambulancias a acabar exclamando: «Sé que la idea de llevarte por delante unos cuantos enemigos cuando la palmas es infantil y propia de mahometanos, pero si la palmo, y también si no, confío en que pronto podré decir que todo el dinero que los antifascistas americanos invirtieron para enviarme aquí les ha sido devuelto con todo su peso en sangre». Si eres de los que disfruta con series como Hermanos de sangre o The Pacific, no lo dudes. Hazte con él.

DOS RECUPERACIONES PERTINENTES
3. Dog Soldiers, de Robert Stone (Libros del Silencio). Aunque contábamos ya con traducciones de otras novelas suyas, como Banderas al amanecer, Una galería de espejos y La puerta de Damasco, resultaba increíble que todavía nadie hubiera editado aquí precisamente su título más mítico, el que le convirtió en un autor de referencia para varias generaciones de escritores (desde DeLillo y Ellroy hasta otros a priori alejados de su universo como Franzen y Stephen King) y en un verdadero punto de inflexión entre la «generación perdida», el movimiento beat y la novela norteamericana contemporánea, con tintes de nuevo periodismo. Ahí es nada. Pero si semejante pedigrí puede llegar a echar un poco para atrás (por aquello de que parece imposible estar a la altura de tanta «titulitis»), basta enfrascarse en las primeras páginas de la novela para olvidarse de todo y dejarse absorber por las desquiciadas desventuras de Ray Hicks, un ex-marine recién regresado de Vietnam que, metido a traficante de heroína, recorre una California de pesadilla, convertida en poco menos que un nuevo Infierno de Dante (ilustrado por Crumb en vez de por Doré) en el que el verano del amor y la contracultura ha dado paso a un permanente invierno del mal rollo. Espeluznante por momentos, más divertida de lo que uno podría imaginar en un principio y tan adictiva como la heroína de Hicks, Dog Soldiers es una de esas novelas que no desmerecen su fama.

4. Plinio. Todos los cuentos, de Francisco García Pavón (Rey Lear). Recuerdo las novelas de García Pavón como una constante de siempre en casa de mis padres, motivo por el cual nunca me arrimé a ellas, no porque no me resultaran atractivas (de hecho siempre me molaron bastante las portadas) sino porque pensaba que ya habría momentos de sobra para leerlas. Vamos, que prefería, mientras pudiera, seguir comprando libros nuevos de autores nuevos, suponiendo que ya acabaría hincándoles el diente a las de Pavón en algún que otro momento de hambruna literaria. Al final me fui de casa sin haberlas leído nunca y sin saber lo que me estaba perdiendo. Afortunadamente, en este último par de años parece que se está dando una recuperación constante de todos los casos detectivescos del sin par Plinio, Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, siempre tan presto a seguir una nueva pista como a compartir unos vinos y unos pitos en la bodega que se tercie. Y a mí, ahora sí, me tienen completamente enganchado. Al interés intrínseco que puedan tener cada uno de los misterios a los que se tiene que enfrentar Plinio, se le une siempre un retrato magistral de la vida y las costumbres de una pequeña ciudad de provincias y un dominio del castellano absolutamente abrumador, brillante, juguetón y por momentos hasta hipnótico. Más allá de un simple trasvase de modelos literarios propios de otras latitudes, lo que hizo Pavón con estas novelas fue crear poco menos que un género propio: el de la investigación rural en un entorno puramente chanante. Si todavía no conoces a Plinio, tanto la recopilación de Casos celebres reunidos en un solo libro hace un par de años por Destino como este volumen de cuentos rescatados hace unos meses por Rey Lear son buenos puntos de partida.

DOS LIBROS QUE ME HUBIERA GUSTADO EDITAR
5. Homicidio, de David Simon (Principal de los libros). Antes de The Wire estuvo The Corner. Y antes de The Corner estuvo Homicidio, vida en las calles, otra magnífica serie a medio camino entre la televisión tradicional (pongamos Canción triste de Hill Street o Policías de Nueva York) y lo que estaba por venir. Producida por Barry Levinson, filmada en plan semidocumental en las calles de Baltimore y protagonizada por un reparto estelar que incluía a Ned Beatty, John Polito, Yaphet Kotto, Andre Braugher y Melissa Leo, la serie estaba basada, efectivamente, en este libro, y le sirvió a Simon para dar el salto del mundo del periodismo al de la producción televisiva: es decir, que gracias a Homicidio tenemos hoy en día The Wire, Generation Kill y Treme, lo cual ya de por sí sería motivo suficiente para comprarlo. Pero es que al margen de eso se trata de una lectura fascinante. David Simon aprovechó los contactos ganados durante una década como periodista de sucesos para acompañar, durante todo un año, a los detectives de homicidios del turno de noche de Baltimore. Ese año es el que recoge en este texto, una mirada inusualmente clara y directa a la labor policial, con todas sus glorias y miserias. Cuando digo que me hubiera gustado editar este libro, lo digo completamente en serio. Y de no habérsenos adelantado los chicos de Principal de los libros lo habríamos hecho no tardando mucho. Y no se me ocurre mejor recomendación que esa, no tanto porque crea que somos una editorial con un buen gusto acojonante sino porque demuestra que estábamos dispuestos a gastarnos una pasta para traer este libro a España. A ti te va a salir mucho más barato disfrutarlo, así que yo que tú no desaprovecharía la oportunidad.

6. Éramos unos niños, de Patti Smith (Lumen). Éste, sin embargo, digo que me hubiera gustado editarlo, pero realmente no sé si me hubiera atrevido, así que me parece afortunado que lo haya hecho otro para al menos poder disfrutarlo. También es el que más reparo me da recomendar alegremente, porque igual que a mí me ha resultado tierno y por momentos lírico, entiendo perfectamente que a otro pueda resultarle ingenuo e incluso ñoño por los mismos motivos. En cualquier caso, estas historias de sufridos aspirantes a artista que, guiados por una concepción juvenil y casi etérea de lo que es el arte, acaban dándose de bruces con la triste realidad pero no por ello se dejan derrotar por ella (o no del todo, al menos) me pueden. Y estas memorias de Patti Smith centradas principalmente en su relación con Robert Mapplethorpe, cuando ambos intentaban ganarse malamente la vida en el Nueva York de finales de los sesenta y primeros de los setenta, cuentan precisamente eso. Por supuesto, ayuda que en el reparto de «secundarios de lujo» aparezcan figuras como Hendrix, Warhol, Lou Reed, Cohen y un largo etcétera.

DOS TEBEOS DE CONFIRMACIÓN
7. Smart Monkey, de Winshluss (La Cúpula). Este ha acabado siendo otro muy buen año para el cómic. Yo, al menos, he leído no menos de una docena de títulos que no dudaría en calificar de excelentes. Además, ciertas obras concretas, como el indispensable Notas al pie de Gaza de Joe Sacco o El invierno del dibujante de Paco Roca han recibido una inusitada y muy merecida atención mediática. En cualquier caso, algunas cosas nunca cambian, y en el cómic, como en cualquier otro medio, a la hora de los grandes elogios siempre suele haber un gran olvidado: el humor. Motivo por el cual tenemos aquí en la lista al francés Winshluss, que el año pasado ya destacó con su maravilloso Pinocchio y que en esta obra, de factura anterior, vuelve a demostrar que: a) es un dibujante formidable capaz de oscilar entre el feísmo más underground y una exquisitez propia de los más finos estilistas de la nueva novela gráfica; y b) tiene una mala leche supina y un humor negro descoyuntante. En Smart Monkey, seguimos las peripecias del mono listo del título, tras haber sido expulsado de la manada por haber querido beneficiarse a la consorte del gorila jefe, a través de un fantástico paisaje selvático semi-antediluviano plagado de peligros. Si el desenlace te parece cruel, el epílogo no te lo parecerá menos y encima conseguirá que te sientas mal por no poder dejar de reír.

8. No moriré cazado, de Alfred (Astiberri). Uno de mis tebeos favoritos del año y, en mi opinión, uno de los peores tratados por la crítica. Sospecho (aunque sin ninguna base científica para ello) que en este aspecto le perjudicó bastante salir al mercado prácticamente al mismo tiempo que Amistad estrecha, de Bastien Vivés, sin lugar a dudas otro de los cómics del año y todo un despliegue de poderío narrativo basado en la ilustración pura y dura, en los detalles, en la gestualidad de los personajes. No fueron pocas las personas que, en su momento, me compararon uno con otro, argumentando que Amistad estrecha era «puro cómic» y que No moriré cazado era una «novela ilustrada», porque usa abundantes textos de apoyo, como si ese no fuera un típico recurso de tebeo (algo que viene a ser como decir que El club de la lucha o Uno de los nuestros no son «puro cine» porque utilizan abundante voz en off). Lo realmente importante es que en este caso Alfred utiliza los textos de apoyo con mucho tino, por lo general para ofrecer una información que no necesariamente discurre en paralelo a la proporcionada por la imagen, y que cuando es necesario prescinde por completo de ellos con escalofriantes resultados (como en el violento desenlace de la historia). Si todavía eres de esos indecisos que tienen ganas de hincarle el diente a una novela gráfica pero no saben muy bien por dónde empezar, este asfixiante drama rural con tintes peckimpahnianos sobre cómo los ambientes cerrados ejercen de caldo de cultivo para la violencia bien podría abrirte el apetito.

DOS REGALOS PARA LA VISTA
9. Art of McSweeney’s, VV.AA. (Chronicle Books). Si hay un libro que cualquier fan del diseño o de la edición debería haberse comprado este año, es este (con permiso del también fenomenal Penguin 75). No sólo es un espectacular repaso al proceso de creación de todos los números de la revista literaria McSweeney’s (de la cual ya hablé aquí), sino que además incluye cantidad de información práctica y muchas, pero que muchas buenas ideas. Si no eras editor antes de leerlo, como poco te entrarán ganas de intentarlo nada más acabarlo. Y si lo que te interesa es única y exclusivamente la parte visual, la variedad y calidad de las ofertas propuestas por McSweeney’s también bastarán para saciarte durante una buena temporada. Está bien, he hecho trampa y he incluido en la lista un libro que no se ha editado ni creo que se vaya a editar nunca en España, pero no podía dejar de mencionarlo porque, de verdad, es una preciosidad. Al menos se puede pedir en Amazon

10. Breathless Homicidal Slime Mutants. The Art of the Paperback, de Steven Brower (Universe Publishing). Otro libro que llega de fuera, pero en este caso me escudo en la endeble excusa de que tampoco tiene demasiado que leer. Me hubiera gustado recomendar, para acabar, un producto algo más fino, tipo Born Modern, un repaso a la vida y la obra del gran diseñador Alvin Lustig, o Another Science Fiction: Advertising the Space Race 1957-1962, un maravilloso repaso a los anuncios con motivos espaciales de «la era atómica», pero tengo que ser sincero conmigo mismo y reconocer que el libro que más ilusión me hizo recibir este año fue este tomo de casi 300 páginas que recopila otras tantas portadas de noveluchas de bolsillo norteamericanas (puedes ver un par de muestras aquí). No puedo evitarlo, estos modelos de edición ya caducos realmente me ponen y, teniendo en cuenta que prácticamente han desaparecido, siempre es una alegría encontrar algún loco maravilloso que deja constancia de que, al igual que los mohicanos, en otro tiempo estuvieron ahí. ¡Feliz año!

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