Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

viernes 29 de enero de 2010

Maestros del humor macabro: Gorey


Hace unas semanas, prácticamente al mismo tiempo que la reedición de La familia Addams y otras viñetas de humor negro que os comentaba anteayer, llegaba a las tiendas Amphigorey de nuevo, cuarto y último volumen en una serie de recopilatorios dedicados a reunir la práctica totalidad de las obras escritas e ilustradas por Edward Gorey. A propósito de ese lanzamiento, he decidido recuperar aquí un artículo que escribí en 2003 para el libro El día del niño, editado por Rubén Lardín para el festival de cine de Sitges. El subtítulo y el tema del libro era «la infancia como territorio para el miedo», y yo me encargué de redactar un texto titulado El horror ilustrado, en el que hablaba muy por encima de algunos tebeos centrados en la infancia y me centraba sobre todo en la obra de Gorey y de varios autores de manga japoneses. Parte del texto reapareció posteriormente, retocado y aumentado, en el número 27 de la revista U, en un artículo titulado «Maestros del manga de horror», pero la parte dedicada a Gorey no la había vuelto a recuperar nunca. Aquí está, pues, dividida en dos partes para no abusar de vuestra paciencia.

Ilustración perteneciente a El radio roto, una colección de «cromos» de ciclismo.

Piedras en la maquinaria: el extraño caso de Edward Gorey
El caso de Edward Gorey es decididamente único. Su presencia en el mercado americano sólo puede tener cierto paralelismo con la de otro francotirador del humor macabro como era Charles Addams, el creador de la familia Addams, con sus chistes sobre suicidas, asesinatos y monstruos para la revista The New Yorker. Sin embargo, mientras Addams tendía —consciente o inconscientemente— a limar las aristas de su obra mediante un estilo de cartoon decididamente cálido y la utilización de referentes cercanos plenamente asumidos por el acervo popular (vampiros, yetis, monstruos de Frankenstein, gangsters, maridos hartos de aguantar a la suegra, marcianos, etc.), Gorey se regodeaba en una absoluta ausencia de concesiones, desarrollando un grafismo decididamente complejo y sofisticado, en el que igual colaba referencias a Durero que citaba a Hokusai, y enfrentándose a la brutalidad sin coartadas de ningún tipo. Lógicamente, el público general va a estar siempre mucho más dispuesto a aceptar un chiste macabro protagonizado por un monstruo clásico o un gangster —iconos de ficción al fin y al cabo—, que un verso humorístico sobre las andanzas de un violador de niños. Como bien apuntaba Ernesto Martínez en el número 24 de la revista U (junio 2002), «tras la aparente ligereza y humor negro con que escribe sus versos, de alguna manera se reconocen conductas y personajes que preferimos etiquetar como ficción, aunque no estemos del todo convencidos […] En más de una ocasión el autor declaró su afición por los sucesos periodísticos de tipo criminal*, y en muchos momentos ésa es la sensación: la de informarse de un acto atroz, de manera asépticamente descriptiva, sin que se alcance a comprender las causas reales del crimen, y eso asusta». Edward Gorey era, pues, no sólo un artista al que no le preocupaba parecer accesible sino también un escritor como mínimo incómodo. De no haber sido por un cúmulo de afortunadas circunstancias y de su inquebrantable voluntad, perfectamente podría haber acabado condenado al ostracismo como un Henry Darger cualquiera.

Edward Gorey. Foto: Michael Romanos.

Edward St. John Gorey había nacido en Chicago el 25 de febrero de 1925. Afirmaba haber aprendido a leer a la edad de 3 años y medio («nadie sabe cómo») y a los cinco años ya había leído dos libros decisivos para su formación: Drácula y Alicia en el país de las maravillas. A los ocho había terminado las obras completas de Víctor Hugo y muy pronto se convirtió también en un apasionado de Agatha Christie, sobre cuyas obras podía disertar interminablemente.
Gorey estudió en un instituto privado de Chicago, el Francis W. Parker High, donde pronto empezó a labrarse una temprana reputación como excéntrico debido a su afición a confeccionar muñecas de trapo que luego abandonaba en el interior del primer coche aparcado que le saliera al paso acompañadas de notas crípticas e intrigantes, y a hazañas como la de recorrer descalzo la Avenida Michigan con las uñas de los pies pintadas de verde. Su única educación artística formal la recibió en 1942, al participar en un curso de un semestre en el Art Institute de Chicago. Sin embargo, en 1943 tuvo que interrumpir sus estudios al ser llamado a filas. Una vez licenciado, se matriculó en Harvard para estudiar Filología Francesa y convertirse en uno de los miembros fundadores, junto a John Asbery, Frank O’Hara, V. R. Lang, Alison Lurie, William Matchett, Thornton Wilder y William Carlos Williams, del colectivo teatral Poet’s Theatre, para el que empezó a desarrollar, por una parte, sus habilidades como diseñador, cartelista y director escénico, y por otra, su gusto por el absurdo y las referencias culturales cuanto más oscuras mejor: «Todos estábamos muy interesados en ser avant garde. John Asberry y Frank O’Hara eran especialmente buenos a la hora de descubrir a gente de la que nadie más volvería a oír en años. [Aún hoy me siento] irracionalmente interesado por el surrealismo y el Dadá». El teatro seguiría siendo una de sus principales pasiones durante el resto de su vida, y llegaría a participar de un modo u otro en más de una treintena de obras, en capacidad de escritor, director o diseñador.

Dos ejemplos del trabajo de Gorey como portadista para Doubleday. La de la izquierda es de 1953. La de la derecha, de 1959. Pincha para ampliar.


Cuando se graduó en 1950, aún no tenía claro qué hacer con su futuro: «Quería tener una librería, hasta que trabajé en una**. Después pensé hacerme bibliotecario, hasta que conocí a unos cuantos que estaban locos», declaró al Boston Globe en 1988. Finalmente, Gorey decidió sacarle provecho a sus dotes para el dibujo y el diseño y en 1953 se trasladó a Nueva York, donde fue contratado como director artístico de la línea de libros de tapa blanda de la editorial Doubleday, para la que trabajó los siguientes siete años diseñando portadas enormemente llamativas gracias a sus ilustraciones y sus rótulos caligrafiados. Fue a raíz de su traslado a la Gran Manzana y de su entrada en el mundillo literario que Gorey empezó a destinar las noches a trabajar en sus propios libros, aunque la reacción de los editores distó mucho de ser positiva. Esta falta de interés no sólo no desanimó a Gorey, sino que le llevó a fundar su propia editorial, Fantod Press, cuyas tiradas mínimas le permitían encargarse él mismo de la distribución, vendiendo los libros directamente a las librerías. Su primera y peculiar mini-novela, El arpa no encordada (The Unstrung Harp) apareció aquel mismo año 1953, seguida de otras como El desván del listado (The Listing Attic, 1954), El huésped incierto (The Dubtfoul Guest, 1957), La lección práctica (The Object Lesson, 1958) y El rombo fatal (The Fatal Lozenge, 1960).

Dos ilustraciones incluidas en The Haunted Looking Glass. Pincha para ampliar.


En 1959 abandonó Doubleday para dedicar los siguientes tres años a trabajar como editor y director artístico de la colección Looking Glass, perteneciente al emporio Random House, para la que editó The Haunted Looking Glass [El cristal encantado, 1959] una antología —ilustrada, por supuesto— en la que recogió sus cuentos favoritos de fantasmas y que da buena cuenta de algunas de sus más destacadas influencias literarias (Blackwood, Stoker, Jacobs, Dickens, Harvey). Además, esta misma colección le brindó la oportunidad de publicar su primer libro en color, uno de los pocos que reconoció haber realizado con el público infantil en mente y el primero en conocer una distribución masiva: El libro de los bichos (The Bug Book, 1960).

Viñeta perteneciente a El Wuggly Ump, uno de sus pocos libros puramente infantiles.

Tras diez años trabajando en la industria del libro, Gorey no podía ni mucho menos afirmar ser un autor reconocido, pero sí había conseguido cierta notoriedad como ilustrador. Viendo, pues, que cada vez le salían más encargos y que por primera vez una editorial grande, la poderosa Simon & Schuster, se interesaba por una de sus obras, decidió independizarse y compaginar su labor como ilustrador con la creación de sus libros. Así, en 1963 aparecía la que quizá sea su obra más recordada, Los pequeñines macabros (The Gashlycrumb Tinies), recogida junto a El Dios Insecto (The Insect God) y El ala oeste (The West Wing) en un sólo libro editado por Simon & Schuster: The Vinegar Works, tres volúmenes de enseñanza moral, un título más bien irónico, ya que pocas moralejas podían extraerse de ninguna de las tres obras. La primera, un alfabeto*** en el que cada letra corresponde a un niño muerto («La A es de Amy, que se cayó por las escaleras. La B es de Basil, atacado por osos…»), es quizá el ejemplo más depurado del modo en el que el autor es capaz de unir el humor con la asepsia expositiva, generando no sólo la risa sino también cierta sensación de inquietud provocada por la asunción de que los niños de Gorey mueren de un modo tan físicamente tangible y generalmente absurdo como lo harían en la vida real, algo que pocos autores de ficción se atreven a reflejar en sus obras y que Gorey es capaz de plasmar en toda su crudeza, no como un hecho excepcional sino sencillamente como algo lógico y habitual (observación que, de tan fría y certera, estremece), mediante apenas una frase. Por otra parte, es una nueva incursión en el terreno de la infancia, campo al que ya se había asomado mediante dos libros autoeditados: El bebé bestial (The Beastly Baby, 1962), la historia de un bebé tan desgradable que lleva a sus padres a intentar librarse de él por todos los medios, y La niña desdichada (The Hapless Child, 1961), una inteligentísima vuelta de tuerca al tópico de la huerfanita dickensiana capaz de helarle la sangre al más pintado con su refinada crueldad.

La huérfana protagonista de La niña desdichada es vendida a un bruto alcoholizado.

Algo debió encajar en el cerebro de Gorey al realizar estas tres obras, o sencillamente el autor se dio cuenta de que había dado con una aproximación o un punto de vista claramente personal y sumamente eficaz, ya que posteriormente volvería a utilizar repetidamente a niños como los protagonistas de sus tragicomedias. Observando en conjunto una obra tan dispar como para incluir libros protagonizados por los más variopintos personajes —el criador de leones de Los leones perdidos (The Lost Lions, 1973), la malvada señorita Squill de Las conjuraciones irrespetuosas (The Disrespectful Summons, 1973) o la baronesa demente de Las cuentas verdes (The Green Beads, 1978—, animales —el peludo fantod calzado con bambas de El invitado incierto, los siniestros bichillos de El libro sin título (The Untitled Book, 1971) o el amorfo pajarraco de El pájaro osbick (The Osbick Bird, 1970)— e incluso objetos —el calcetín de El calcetín abandonado (The Abandoned Sock, 1970) o los alfileres y botones de Una tragedia inanimada (The Inanimate Tragedy, 1966)—, lo cierto es que una de las escasas constantes temáticas de Gorey es la repetida invocación de la infancia como fuente de nostalgia, aventura o, sencillamente, muerte.

Más ejemplos de portadas de Gorey. La de la izquierda es de 1960.
La de la derecha, de 1994. Pincha para ampliar.


En El Dios Insecto, por ejemplo, una niña es raptada, aprovechando un despiste de su niñera, por un grupo de insectos gigantes que quieren sacrificarla a su Dios. Su desaparición es absurda, arbitraria y se intuye dolorosa. En El Wuggly Ump (The Wuggly Ump, 1963), tres chavales son perseguidos y finalmente devorados por una bestia mítica. En El niño pío (The Pious Infant, 1966), un pequeño santurrón muere de pulmonía tras intentar hacer una buena obra en mitad de una tormenta. En La bicicleta epiléptica (The Epipleptic Bicycle, 1969), una pareja de hermanos que suele dirimir sus diferencias a golpes de mazos de cricket sale de viaje y regresa al hogar 173 años más tarde para descubrir un obelisco erigido en su memoria. En La vuelta de la tortilla (The Tuning Fork, 1990) una niña se ve impulsada al suicidio debido a la incomprensión de sus padres; afortunadamente, hace amistad con un monstruo submarino que se encargará de poner las cosas en su sitio. En La broma estúpida (The Stupid Joke, 1990), el joven Fiedrich se niega a levantarse de la cama en todo el día; cuando finalmente cae la noche y se dispone a salir sin que nadie le vea, la cama le atrapa y le hace desaparecer.
En todo caso, si hay algún relato de este “ciclo” que despunte sobre todos los demás, ése ha de ser La pareja abominable (The Loathsome Couple, 1975), la descarnada y escalofriante historia de una pareja de parias sociales (a los que Gorey nos presenta ya en su tierna infancia) que, tras crecer para reconocer su afinidad, intentan consumar su relación asesinando niños, ya que son incapaces de consumarla sexualmente. Pocas veces se ha mostrado el autor tan frío y distante respecto a los hechos narrados. La sucesión de imágenes desnudas, acompañadas de frases entrecortadas y despojadas de todo adorno («Pasaron la mayor parte de la noche asesinando a la niña de varios modos») acaban propinando una patada en el estómago difícil de superar.


Notas
* Según su biógrafo Alexander Theroux, Gorey era un perfecto conocedor de todos los casos criminales de la historia: el Estrangulador de Boston, el Destripador de Yorkshire, la Dalia Negra, el caso Profumo… Añade también que el autor solía presumir de haber visto todas las películas de slashers jamás realizadas. Esta predilección por lo macabro y lo criminal fue desde un primer momento una de las características que más dieron que hablar sobre la obra de Gorey. En todo caso, cuando en las entrevistas le preguntaban por qué tantas de sus historias giraban en torno al asesinato y la violencia, Gorey solía justificarse respondiendo: «Bien, no lo sé. Supongo que estoy interesado en la vida real. El crimen nos cuenta con detalle el modo en el que realmente viven las personas». The Strange Case of Edward Gorey, Alexander Theroux, Fantagraphics Books, 2000.
** Efectivamente, Gorey trabajó en una librería los tres años que pasó viviendo en Boston (1950-1953), tiempo que también aprovechó para escribir centenares de versos, algunos de los cuales acabarían incorporándose a su segundo libro, El desván del listado (The Listing Attic, 1954).
*** Una forma de estructurar particularmente querida por Gorey, que ya había utilizado en El rombo fatal y que volvería a repetir en El zoo total (The Utter Zoo, 1967), Los obeliscos chinos (The Chinese Obelisks, 1970), La gloriosa hemorragia nasal (The Glorious Nosebleed, 1975) y El abecedario ecléctico (The Eclectic Abecedarium, 1985).

Continúa en la segunda parte.

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viernes 10 de abril de 2009

Las picardías de don Gustavo

Estos últimos días me han coincidido en el tiempo varios encargos que me están manteniendo alejado del blog (y es que, por si alguien se lo preguntaba: no, lo de la editorial no da ni mucho menos para comer, sigo realizando bastantes trabajos por cuenta ajena; espero poder comentar alguno de ellos aquí en breve). En lo que voy despejando un poco la carpeta de pendientes, aquí os dejo una recomendación rapidita y más visual que otra cosa.

Hace un par de años, estando de vacaciones, encontré en la tienda de un museo (ahora mismo no recuerdo cuál) una colección de libritos publicada por la editorial alemana Prestel, dedicada a los dibujos eróticos de varios artistas. Hasta la fecha llevan publicados, que yo sepa, nueve de estos «Erotic Sketchbooks», centrados en la obra de Schiele, Modigliani, Rodin, Degas, Matisse, Kokoschka, Rembrandt, Picasso y Klimt. Todos tienen 64 páginas, un diseño de lo más coqueto y un (breve) texto en inglés y alemán redactado por Norbert Wolf. Aún no los he visto a la venta en ninguna tienda en España, pero supongo que habrá más de una que los tenga, ya que sí he encontrado otros títulos de Prestel distribuidos por aquí. Lógicamente, no son ni por asomo los libros más completos del mundo, pero como curiosidad bien merece la pena echarles un vistazo. Los siguientes son seis ejemplos del buen hacer de Gustav Klimt, artista acusado en su día por los guardianes de la moralidad de, según Wolf, «ofender a la vista con «la insolencia artística más inicua que jamás se haya visto en Viena» y de dar rienda suelta a sus obsesiones sexuales bajo la guisa de arte». A mí, como me pasó con Joe Shuster, del cual me gustan más sus dibujos guarros que sus tebeos, me han servido para darme cuenta de que, en el caso de Klimt, me atrae más la directa simpleza de estos bocetos que sus ornamentados lienzos. ¿A vosotros qué os parece?

Sin título, 1912/13. Pincha para ver en grande.

Izquierda: Desnuda en pie con las manos en las caderas, 1916/17. Derecha: Desnuda en pie
con el pelo largo y la pierna izquierda levantada
, 1906/07. Pincha para ver en grande.

Izquierda: Sin título, 1912. Derecha: Sin título, 1912/13. Pincha para ver en grande.


Estudio para La novia, 1911/12. Pincha para ver en grande.

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sábado 7 de marzo de 2009

Identidades secretas

A través de The Book Design Review, me entero (seguro que tarde, como siempre) de la existencia de un libro a priori curioso. Se trata de Secret Identity, un nuevo trabajo de investigación a cargo de Craig Yoe, editor de Boody (la recopilación de disparatadas historietas de Boody Rogers recién publicada por Fantagraphics, siguiendo la estela del exitoso I Shall Destroy All The Civilized Planets! de Fletcher Hanks) y autor de Clean Cartoonist’s Dirty Drawings, aquel volumen de hace un par de años en el que se reunían ilustraciones de corte erótico o meramente picantón a cargo de varios grandes de la historieta norteamericana como Charles Schulz, Jack Kirby, Herriman, Carl Barks, Hank Ketcham, Steve Ditko o Alex Toth (podéis ver algunas muestras aquí). Ya en aquel volumen tenía especial preponderancia el trabajo de Joe Shuster (una de cuyas ilustraciones adornaba la portada), pero ni siquiera el propio Yoe sospechaba que lo que en aquel momento conocía de la obra erótica del cocreador de Superman pudiera ser tan solo la punta del iceberg.

Portadas de Secret identity y de Clean Cartoonists’ Dirty Drawings;
dibujos originales de Joe Shuster.

“Hace poco descubrí varias ilustraciones fetichistas increíbles, anteriormente desconocidas, realizadas por Shuster», decía esta semana el autor en un mail remitido a varios blogs. «El artista y su guionista, Jerry Siegel, habían vendido a Superman por 130 dólares. Cuando demandaron [a National/DC Comics] con la intención de recuperar los derechos de su personaje, perdieron el juicio y se encontraron marginados en la industria de los tebeos. Shuster pasó una mala racha. Lo que no sabíamos hasta ahora era que, bien para ganarse la vida, bien debido a un interés personal en el tema, Shuster realizó entonces una serie de dibujos de porno sadomasoquista para una colección de librillos titulada Nights of Horror que se vendían de tapadillo en Times Square a primeros de los años cincuenta».

Dos muestras del arte fetichista de Joe Shuster no recopiladas en el libro.


Tras encontrar por casualidad el primer volumen en una librería de segunda mano, Yoe decidió embarcarse en la búsqueda de las restantes entregas (16 en total), descubriendo de paso que la historia aún tenía elementos mucho más sórdidos: Nights of Horror acabó sus días prohibida por mandato del Tribunal Supremo tras haber inspirado supuestamente varias torturas (entre ellas azotar con un látigo a unas jóvenes) y dos asesinatos cometidos por cuatro adolescentes de Brooklyn (posteriormente conocidos como los Brooklyn Thrill Killers) a lo largo del verano de 1954. En su momento, el caso causó sensación debido a la falta de motivo aparente para los crímenes. Como indica esta noticia aparecida en la revista Time el 30 de agosto de 1954, tras conocerse el arresto, «Ninguna de las víctimas fue robada. Todos los chicos vivían en buenos hogares. Todos eran buenos estudiantes. Ninguno pertenecía a bandas juveniles. Les gustaba el deporte, los libros, la música». Este aparente sin sentido, sumado a la posterior declaración por parte de los jóvenes de que habían sacado sus ideas de un número de Nights of Horror, sería posteriormente uno de los argumentos esgrimidos por el doctor Fredric Wertham para justificar su denuncia de que los tebeos eran «una de las principales causas de la delincuencia juvenil».

Diseño de interiores de Secret identity.

Todo esto es lo que, supongo, debe de contar con mucho más detalle Craig Yoe en Secret Identity, The Fetish Art of Superman’s Co-Creator Joe Shuster, un volumen de 160 páginas (prólogo de Stan Lee incluido) que saldrá a la venta el próximo 1 de abril y que recupera gran parte de las ilustraciones e historietas realizadas por el dibujante para Nights of Horror. Mientras tanto, para ir abriendo boca, Yoe lanzó el pasado 2 de marzo un nuevo blog en el que, afirma, irá reuniendo aquellos dibujos que finalmente no han encontrado hueco en el libro así como historias referentes a su creación. Os recomiendo que le echéis un vistazo, sobre todo a la primera entrada, que es una de esas que me gustan a mí particularmente, en la que va desgranando paso a paso el proceso de diseño de la cubierta del libro. No sé si al final el resultado estará a la altura de las expectativas, pero a juzgar por lo que se puede ver en este avance, el elegante diseño de interiores y la mera extravagancia del proyecto ya son motivos suficientes como para que yo al menos me haga con un ejemplar.

Diseño de interiores de Secret identity.

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sábado 7 de febrero de 2009

Eric Skillman, un diseñador de criterio

Izquierda: Divorcio a la italiana, de Pietro Germi, carátula ilustrada por Jaime Hernández. Derecha: Las manos sobre la ciudad, de Francesco Rossi, ilustrada por Daniel Zezelj.


Si hoy quiero dedicarle una entrada al diseñador norteamericano Eric Skillman es fundamentalmente por dos motivos. Uno, porque trabaja para Criterion, en mi opinión la compañía con los deuvedés mejor diseñados de todo el planeta (y a cuyas maravillosas portadas ya dedicaré un post en el futuro). Dos, porque fueron los textos que escribe para su blog Cozy Lummox los que me sirvieron de inspiración directa no sólo para mi entrada del martes, en la que abordé someramente el proceso de diseño de la portada de Los trapos sucios, sino también para el modo de enfocar el proceso en sí.

Izquierda: Prueba para la carátula de Blast of Silence, de Allen Baron. Derecha:
portada definitiva. Ilustraciones de Sean Phillips, diseño de Eric Skillman.


Eric Skillman es un diseñador de primera, inventivo e ingenioso. Un auténtico currante al que no le importa seguir dándole vueltas a las cosas y ajustando pequeños detalles y probando nuevas vías hasta llegar a un diseño apropiado (habrá quien diga que no hace más que lo que debe y desde luego no seré yo quien se lo discuta, pero… ¡Ay, la cantidad de diseñadores que habré conocido abonados a la práctica del mínimo esfuerzo!). Sólo eso ya le habría bastado para ganarse mi admiración, pero es que el tío además es generoso: no se limita a enseñarte lo que ha hecho sino que también te cuenta cómo, se molesta en mostrarte los pasos en falso, dónde acierta y dónde se equivoca, los pequeños progresos, los callejones sin salida… Puedo decir sin temor a equivocarme que he aprendido más sobre diseño leyendo su blog que si me hubiera hecho un curso del CEAC. En cualquier caso lo más importante, al menos para mí, no es eso. Lo que realmente me motiva para volver regularmente a su página es el entusiasmo que desprende cuando escribe. Leyéndole se nota que el tipo disfruta de lo lindo con su trabajo. De hecho, lo goza de tal manera que consigue que, a su vez, me entren ganas de ponerme a hacer cosas yo también. Y esa sensación, esa especie de pequeña descarga eléctrica que te sacude las neuronas… es que es cojonuda, oiga.

Izquierda: Boceto de Mike Allred para la carátula de Seducida y abandonada, también
de Pietro Germi. Derecha: portada definitiva, con diseño de Eric Skillman.


Algunas de mis entradas favoritas de Crazy Lummox son las dedicadas al diseño de las carátulas de El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot), La venganza es mía (Shohei Imamura), Amarcord (Federico Fellini), Yi yi (Edward Yang), Las Furias (Anthony Mann) o la caja de clásicos japoneses de los sesenta Rebel Samurai. La verdad es que cualquiera de ellas me habría servido perfectamente para ilustrar este post y os recomiendo encarecidamente que no dejéis de ir a echarles un vistazo, pero como resulta que, además, Skillman es también un apasionado de los tebeos igual que yo y siempre que pueda aprovecha para trabajar con algunos de sus dibujantes favoritos, he preferido enseñaros el resultado de algunas de esas colaboraciones. Todas ellas están vinculadas a sus entradas correspondientes, donde encontraréis muchos más bocetos e ilustraciones. Por cierto, que la relación de Skillman con los tebeos no acaba aquí ni se limita a Criterion. Además de diseñar para la editorial Top Shelf la recopilación de historietas de Eddie Campbell Alec: The Years Have Pants, que saldrá a la venta en septiembre de este año, se estrenó recientemente como guionista mediante varios ejercicios de género negro (dos de ellos, Below the Fold y Spared, realmente estimables en mi opinión). Están disponibles en línea y podéis acceder a ellos desde aquí.

Boceto de Bill Sienkiewicz para Robinson Crusoe on Mars, de Byron Haskin.

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jueves 5 de febrero de 2009

Los mil rostros del doctor Tilley

El próximo 21 de febrero se cumplirán ochenta y cuatro años de la publicación del primer número de The New Yorker. Para celebrarlo, la revista norteamericana convocó el pasado mes de enero, por segundo año consecutivo, un concurso en el que se le brindaba a los lectores la posibilidad de enviar sus versiones de Eustace Tilley, el joven de porte aristocrático, sombrero de copa y monóculo que aparece observando distraídamente una mariposa en la portada de aquel primer número, realizada por el ilustrador y primer director artístico de la revista, Rea Irvin. Adoptado rápidamente como mascota de la publicación, el bueno de Eustace acabaría trascendiendo tal función para convertirse en todo un icono reconocido, asumido, admirado y, cómo no, también parodiado, por centenares de artistas de todo el mundo.

Izquierda: portada original de Rea Irvin para el primer New Yorker.
Derecha: «Eustace, the Undead New Yorker», de David Cook.


Todos los años, The New Yorker aprovecha su número más cercano al 21 de febrero para celebrar su aniversario, evento habitualmente marcado por la recuperación de la portada original de Irvin. El del 2009 salió a la calle el lunes y ya puede encontrarse en algunas librerías y quioscos de nuestro país bien provistos de prensa extranjera. Coincidiendo con su publicación, la página web de The New Yorker ha colgado las 12 ilustraciones ganadoras del concurso «Your Eustace 2009» al que hacía referencia anteriormente. Si ya de por sí sorprende muy gratamente que una publicación de la categoría de The New Yorker se preste a iniciativas como ésta, no lo hace menos la calidad de la mayoría de las propuestas. A pesar de que las ganadoras de este año no coincidan tanto con mi gusto personal como las de la anterior edición del concurso, me ha vuelto a impresionar la cantidad de nuevos talentos a descubrir y ya me veo pegado al ordenador largas horas rastreando a mis favoritos (es una pena que las imágenes no vayan acompañadas de más información acerca de sus autores).

«Rorschach Tilley», de Marcus Thiele, y «A Walk in the Park», de Gary Amaro.


Ilustrando estos dos primeros párrafos, he puesto, además de la portada original de Rea Irvin, las tres que más me han gustado de entre las doce ganadoras. La del perrete, por simpática. Las otras dos, por el modo en el que radiografían el momento cultural en el que nos encontramos. De hecho, no sé qué es lo que me resulta más fascinante de una iniciativa como ésta, si la posibilidad de descubrir un par de docenas de nuevos ilustradores o la oportunidad de tomarle el pulso a la cultura popular y comprobar qué es lo que le late a flor de piel. Que en el año 2009 haya quien elija ilustrar una portada para The New Yorker con el Rorschach de Watchmen o con un zombi (recuperado en esta década como icono del horror de nuestros tiempos tras haber caído en el olvido una vez agotada su última explosión de popularidad a finales de los setenta y primeros de los ochenta) me parece realmente significativo. Si este mismo concurso se hubiera hecho en 1991, lo más probable es que Eustace hubiera aparecido disfrazado de Hannibal Lecter o de Terminator, por mencionar dos de los principales iconos culturales de aquel año. Por eso, porque creo que es una buena manera de saber por dónde van los tiros, y porque a la que disfrutéis mínimamente de la ilustración a buen seguro que os vais a llevar un par de gratas sorpresas, os recomendaría que no dejéis de echarle un vistazo a la galería completa con todas las portadas presentadas a concurso. Son cuarenta y dos páginas a razón de 9 ilustraciones por página, pero merece la pena dedicarle un rato. Al margen de un par de docenas de previsibles Obamas y varios Lincolns inevitables, encontraréis todo tipo de Eustaces de lo más estimulantes. Aquí os dejo algunos de mis favoritos.

«Tilly», de Matt Forsythe, y «Eustace Tilley», de Morgan O’Brien.

«Not So Abstract Tilley», de Paijuano, y «Vintage Tilley», de Dhertzberg.

«Eustace Tiki», de MP, y Eustace Tilley 2125″, de Thewl».

«The New York Frogger», de Jeremy M, y «Eustace Kawaii», de MP.


Si os quedáis con ganas de más, podéis ver las portadas ganadoras del 2008 aquí. Y todas las entradas en el concurso del año pasado en este grupo de flickr. Entrad aunque sólo sea para ver la protagonizada por el señor Burns. Es verdaderamente impagable.

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Creo que es mucho mejor ser buen historietista que mal misionero.
Charles Schulz
Popsy