Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

lunes 2 de marzo de 2009

Cefalópodos

Cuando empecé a pensar en montar la editorial, una de las primeras cosas que decidí en firme fue que quería darle un nombre que estuviera relacionado con a) Mallorca, b) el mar, c) ambas cosas. En un principio pensé hacerle un pequeño homenaje a mi pueblo natal, Cala Ratjada, que en mallorquín quiere decir «la cala de la raya» (un pez que, al parecer, abundaba por la zona), pero lógicamente, cuando le empecé a contar a mis amigos que pretendía montar una editorial llamada Libros La Raya y que pensaba estrenarla con Los trapos sucios y El otro Hollywood, dos títulos rebosantes de sexo, drogas y rock and roll, resultó que no era precisamente mi concepto de «raya» el primero que se les venía a la cabeza. De modo que, para evitar confusiones, decidí buscarme otro pescado.
No fue hasta un par de meses más tarde cuando, en el transcurso de una comida con mis padres, oí las palabras: «¿Y por qué no la llamas el pulpo?». Fue uno de esos momentos «eureka» en los que, de repente, lo ves todo tan claro y evidente que te sientes estúpido por no haberlo pensado antes. En mallorquín, «el pulpo» se dice es pop, lo cual podía hacer referencia tanto al animal en cuestión como al contenido de los libros. Además, el pulpo es un bicho tan fascinante y fotogénico que estaba convencido de que podría dar pie a un bonito logo. En cualquier caso, quería una imagen sencilla, sugerente pero muy icónica, nada recargada, que resultara fácilmente reconocible incluso a tamaños muy reducidos. Para diseñar el logo recurrí a Gabi Beltrán, un dibujante excelente que, en mi opinión, nunca ha recibido el reconocimiento que de verdad se merece y, además, un auténtico maestro de la síntesis, que es justo lo que yo necesitaba. Por suerte para mí, le interesó la propuesta y se puso manos a la obra. Lo que os traigo hoy son unos cuantos bocetos preparatorios y varias ideas de las que me fue presentando Gabi antes de llegar al diseño definitivo (aunque no hay mucho material porque, como veréis, no le costó demasiado dar en el clavo).


Nada más verlo me quedé prendado del último, probablemente el que menos se parece a un pulpo y más a un marciano; pero es que, en realidad, una vez desarrollado todo el proceso, el parecido viene a ser lo de menos. Para mí sigue destilando la esencia de lo que es un pulpo (el cuerpo firme y ovoide, los tentáculos desplegados como a punto de expulsar la tinta, el ojo siempre atento) y, por encima de todo: es sencillo, reconocible y funciona a cualquier tamaño, ya sea en una camiseta, en el lomo de los libros o en la barra del navegador. O sea, ni más ni menos que lo que buscaba. Como dicen en el cine, si eres capaz de reunir un buen reparto ya tienes la mitad de la película hecha, y yo debo reconocer que, con los colaboradores que he tenido, nadie me lo habría podido poner más fácil.

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lunes 23 de febrero de 2009

James Bond Recovered

Mientras termino de escribir una entrada que tengo a medias acerca de las ventajas y las desventajas de la utilización de diseños unitarios y cerrados como método para darle una seña de identidad a las colecciones literarias, he pensado que bien podría ir abriendo boca subiendo unas cuantas imágenes de las que tenía pensado utilizar como ejemplo, ya que de otro modo no voy a tener espacio para todas cuando llegue el momento. Ya os adelanto en cualquier caso que, en líneas generales, no me suelen gustar nada los diseños de colección cerrados. Soy de la opinión de que cada libro merece un diseño específico y adecuado a su contenido. Otra cosa es que uno se encuentre de vez en cuando con un número determinado de títulos que, por temática, autor o personaje, sí den pie a una imagen unitaria o compartida. De hecho, hay ocasiones en las que ciertos libros prácticamente exigen a gritos ese tratamiento. Uno de los mejores ejemplos recientes que me vienen a la cabeza es el de la reedición de las novelas de James Bond por parte de Penguin UK con motivo del centenario del nacimiento de su autor, Ian Fleming. Es muy posible que ya hayáis visto algunas de las portadas que voy a colgar aquí (cuando no todas), ya que los libros salieron en mayo del año pasado y fueron bastante comentados durante los dos o tres meses previos al lanzamiento, pero de todos modos recuerdo haber pensado entonces que, de tener un blog, este sería precisamente el tipo de noticia que me hubiera gustado comentar, así que ahora que lo tengo voy a aprovechar al menos para sacarme la espinita.

Al servicio secreto de Su Majestad, Sólo se vive dos veces y Diamantes para la eternidad.
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Como decía, el 28 de mayo de 2008 se cumplió el centenario del nacimiento del escritor británico Ian Fleming. Para conmemorarlo, la rama británica de Penguin decidió reeditar las 13 novelas (más una colección de relatos) protagonizadas por su célebre personaje, el espía con licencia para matar. Según explicaba Colin Brush en el siempre interesante blog de la editorial: «Durante gran parte de los cuarenta y cuatro años transcurridos desde su fallecimiento [el de Fleming], sus libros han sido tratados por una sucesión de editores como un divertimento rápido y agradable, indigno de ser tomado demasiado en serio ni merecedor de mucha atención; un producto ciertamente impropio para adultos. El centenario del nacimiento de Fleming era un buen momento para retomar los libros de Bond y presentarlos bajo un aspecto que diga: «sí, son divertidos», pero que también deje implícito que no hay ningún motivo para no tomarlos en serio. Más importante aún, debían parecer libros que mereciera la pena tener».

Un par de ejemplos del trabajo de Michael Gillette. Pincha para ver en grande.


Para conseguirlo, Penguin decidió encargarle el trabajo al galés Michael Gillette, un ilustrador no exactamente fotorrealista pero que sí tira mucho de referencia fotográfica, que igual mete la mano en el pozo de la tradición del dibujo a línea caricaturesco británico (podéis ver sus caricaturas y bocetos en ese estilo suelto, con reminiscencias de Ralph Steadman, en su blog, Pencil Squeezing) que se acerca a escuelas de ilustración más recientes que le emparejan con artistas contemporáneos norteamericanos como Alex Gross, Tara McPherson o Craig Larotonda. Fue una decisión inspirada por parte de los editores, que bien podrían haber recurrido a un ilustrador más deliberadamente retro o, peor aún, haber intentado «modernizar» el irrepetible aspecto de los paperbacks originales (como hizo hace unos años Richie Fahey para la edición norteamericana de los libros de Bond). En vez de eso, apostaron por un artista capaz de recuperar el espíritu de las portadas originales pero sin renunciar a una estética moderna, sencilla y elegante; respetuoso con la tradición de Bond pero a la vez alejado de la simple imitación.

El espía que me amó, Dr. No y Casino Royale.
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La idea general para el proyecto, recuerda Gillette en esta entrevista para MI6 (una página británica dedicada a todo lo relacionado con 007), no pudo ser más sencilla: «Tipografía sobre mujeres desnudas. ¡Es difícil decirle que no a eso!». Y efectivamente, lo difícil no era eso, sino conseguir que cada portada tuviera una entidad personal sin dejar de mantener por ello una coherencia con el resto. En este caso, como en tantos otros, menos demostró ser más: los dos únicos elementos gráficos que se repiten exactamente igual en todas las portadas son el fondo crema y los números «007» en tipografía mecánica con el logo de Penguin refugiado en el segundo cero (curiosamente, en las primeras pruebas que se difundieron por la web, el pingüino iba sobre fondo naranja, replicando así el logo tradicional de la casa; en los ejemplares impresos, sin embargo, o al menos en los que tengo yo, el fondo es blanco, una decisión que me parece mucho más acertada). Los otros dos elementos de la portada también son conceptualmente los mismos (una chica más el título rotulado manualmente), pero la ejecución es diferente en todos los casos; las ilustraciones recorren varias gamas de colores, las hay verdes, naranjas, azules, moradas, marrones… y las tipografías también van de la más sencilla y directa de El hombre de la pistola de oro a los oropeles nupciales de Al servicio secreto de Su Majestad, pasando por la inevitable influencia cirílica de Desde Rusia con amor o por ese punto a lo Saul Bass de la que es mi particular favorita: Diamantes para la eternidad. ¿El resultado? Catorce portadas completamente distintas pero perfectamente reconocibles, sin necesidad de marcos, de inamovibles tipografías mecánicas, de enormes y anticuados logos o de cualquier otro recurso de esos a los que tan aficionados suelen ser los editores de nuestro país.

Sólo para tus ojos, El hombre de la pistola de oro y Octopussy.
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«La intención era que fueran cercanas», decía Michael Gillette en la entrevista anteriormente citada. «El desafío era conseguir que funcionaran como conjunto, como algo que una vez expuesto en la librería te atrajera desde lejos. Quería que fueran sencillas, desnudas en su mayor parte; el adorno en realidad es la tipografía. Las portadas de los libros deberían ser pequeños objetos de belleza que te dé placer tener sobre la mesa. Pequeñas joyas táctiles». Por mi parte, yo creo que estas lo son. De hecho, nunca he sido un gran fan de James Bond. Alguna que otra película me hace gracia, pero la única que puedo decir que realmente me apasiona es Casino Royale, y jamás había leído ninguna de las novelas hasta que, precisamente, estando de vacaciones este pasado junio me encontré en una librería de Edimburgo con esta edición llamándome a gritos desde el escaparate. Me compré seis de golpe y ahora me arrepiento de no haberme llevado también las demás, pues en menos de un año se han agotado y ya sólo se encuentran en tiendas de segunda mano o en e-bay, cosa que me fastidia horrores. No serán las mejores novelas del mundo (aunque algunas son bastante mejores de lo que cabría esperar) pero… carajo, mira que son bonitas.

Pincha aquí para ver todas las portadas en el blog de Michael Gillette.
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miércoles 18 de febrero de 2009

Sexo implícito

Como ya comenté en la entrada dedicada al proceso de diseño de la portada de Los trapos sucios, mi primer impulso es respetar las portadas originales cuando son oportunas y existe la posibilidad de reproducirlas, pero en el caso de El otro Hollywood, una historia oral y sin censurar de la industria del cine porno, nos dimos de bruces con el mismo problema que con el libro de Mötley Crüe: el estudio de diseño propietario de la imagen original parece haber desaparecido y no hubo manera de hacerse con los derechos. Así pues, de vuelta al tablero.
En este caso, el concepto principal de la portada se le ocurrió a Manuel Bartual cuando todavía el libro no estaba ni terminado de traducir. Si en la edición norteamericana habían elegido poner el énfasis en el contraste entre el Hollywood tradicional y el erótico, combinando la imagen de la fachada de un cine con una foto de Marilyn Chambers sobre un glamuroso fondo de focos y edificios, nosotros optamos por ir directamente al grano y mostrar directamente una escena sacada de una película porno, recortada de tal manera que el acto en sí quedara implícito pero aun así resultara evidente.

Izquierda: portada original de Bau Design para la edición norteamericana.
Derecha: primer boceto de Manuel Bartual. Pincha para ver en grande.


La idea de Manuel me entusiasmó de inmediato, pero había un par de detalles que no me acaban de convencer, principalmente la utilización de las tres bandas negras para el texto y la elección de unos colores tan «punk», de modo que le envié un contra-boceto, uniendo todo el texto en el bloque central, cambiando el amarillo por el naranja y acercando un poco más el plano al rostro de ambos actores. Y así quedó la cosa durante lo mínimo medio año, a la espera de que yo acabara de traducir el libro y llegara el momento de ponerse a trabajar de verdad en la realización. Entre medias, quedaba la ardua tarea (ejem) de revisarse decenas y decenas de películas porno en busca de una escena apropiada (las imágenes utilizadas para los bocetos habían salido de una captura de pantalla hecha a vuelapluma).
Sin embargo, cuando ya parecía que lo teníamos todo claro, revisando un libro de viejos carteles de cine que tenía en casa, se me ocurrió que a lo mejor podía ser interesante utilizar el mismo concepto de Manuel pero aplicándolo a imágenes del Hollywood clásico, con el objetivo de, en cierto modo, subvertirlas con la intención de subrayar esa dicotomía, tan bien tratada en el libro, entre la industria cinematográfica «legítima» y la del porno, que no sólo no están tan separadas como en un principio podría parecer sino que en muchos casos se solapan. Así que rápidamente preparé este otro boceto que podéis ver aquí abajo a la derecha.

Izquierda: mi respuesta a la primera propuesta de Manuel. Derecha: un intento por darle a las imágenes del Hollywood clásico un tratamiento erotizante. Pincha para ver en grande.


A Manuel le gustó mucho la idea, pero me sugirió que buscara otras imágenes en las que los rostros tuvieran unas dimensiones más similares, porque de otro modo la portada quedaba un poco descompensada. Esto presentaba una dificultad añadida, ya que por necesidades legales debíamos atenernos a imágenes pertenecientes a películas de los años veinte actualmente en dominio público. En cualquier caso, encontré otra que, con un par de mínimos retoques, se adaptaba perfectamente a lo que necesitábamos. El resultado final, lo podéis ver abajo a la izquierda, ya con las tipografías definitivas, tal y como habría quedado si hubiera llegado a publicarse. Mientras tanto, Manuel, que seguía trabajando en la otra versión de la portada, decidió prescindir del tratamiento original y sustituyó las tramas que había aplicado en un primer lugar por un fondo de manchas y churretones que, una vez superpuesto a las imágenes elegidas, le daba a la portada un aire a película pringosilla de los setenta realmente apropiado. A mí me gustó tanto que, en algún que otro momento de actividad febril, llegué incluso a plantearme seriamente prescindir de cualquier tipo de imágenes para utilizar como portada únicamente los bloques de color salpicados de manchas, tal y como podéis ver abajo a la derecha. De hecho, no estoy seguro de que para este libro hubiera sido la elección correcta, pero sí que estoy convencido de que quedaría de maravilla como portada de algún título de narrativa contemporánea (como la que hizo Frank Miller para el Gravity’s Rainbow de Thomas Pynchon, aunque ésta yo se la pondría más bien, así a bote pronto, a Las partículas elementales de Houllebecq).

Izquierda: versión definitiva de la portada más «clásica».
Derecha: sexo conceptual. Pincha para ver en grande.


Finalmente, nos encontramos con que teníamos dos portadas y que las dos nos gustaban mucho. Los amigos a los que se las mostramos se declararon igualmente divididos. Por un lado, estaba la elegancia y la sugerencia de una frente a la contundencia y la claridad de la otra. En última instancia (y debo reconocer que también debido a algo de cobardía por mi parte) nos quedamos con la fotográfica, ya que nos parecía que era la más segura, la que mejor describía el tipo de material que iba a encontrar el lector dentro del libro; no queríamos que nadie fuera a pensar que se trataba de un cúmulo de anécdotas acerca de las costumbres sexuales de los actores del Hollywood clásico u otra especie de Hollywood Babilonia, ni que el público objetivo de la obra (si es que realmente existe eso) pudiera pasar de largo ante una portada que no hiciera referencia directa al porno. Todavía hoy me sigo cuestionando si hicimos bien y sigo fantaseando con que el libro llegue a venderse lo suficientemente bien como para hacer una segunda edición con la otra portada. Así al menos me ahorraré tener que elegir; podré quedarme con las dos. ¡Ah! La definitiva, por si no la habéis visto, es ésta:

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sábado 7 de febrero de 2009

Eric Skillman, un diseñador de criterio

Izquierda: Divorcio a la italiana, de Pietro Germi, carátula ilustrada por Jaime Hernández. Derecha: Las manos sobre la ciudad, de Francesco Rossi, ilustrada por Daniel Zezelj.


Si hoy quiero dedicarle una entrada al diseñador norteamericano Eric Skillman es fundamentalmente por dos motivos. Uno, porque trabaja para Criterion, en mi opinión la compañía con los deuvedés mejor diseñados de todo el planeta (y a cuyas maravillosas portadas ya dedicaré un post en el futuro). Dos, porque fueron los textos que escribe para su blog Cozy Lummox los que me sirvieron de inspiración directa no sólo para mi entrada del martes, en la que abordé someramente el proceso de diseño de la portada de Los trapos sucios, sino también para el modo de enfocar el proceso en sí.

Izquierda: Prueba para la carátula de Blast of Silence, de Allen Baron. Derecha:
portada definitiva. Ilustraciones de Sean Phillips, diseño de Eric Skillman.


Eric Skillman es un diseñador de primera, inventivo e ingenioso. Un auténtico currante al que no le importa seguir dándole vueltas a las cosas y ajustando pequeños detalles y probando nuevas vías hasta llegar a un diseño apropiado (habrá quien diga que no hace más que lo que debe y desde luego no seré yo quien se lo discuta, pero… ¡Ay, la cantidad de diseñadores que habré conocido abonados a la práctica del mínimo esfuerzo!). Sólo eso ya le habría bastado para ganarse mi admiración, pero es que el tío además es generoso: no se limita a enseñarte lo que ha hecho sino que también te cuenta cómo, se molesta en mostrarte los pasos en falso, dónde acierta y dónde se equivoca, los pequeños progresos, los callejones sin salida… Puedo decir sin temor a equivocarme que he aprendido más sobre diseño leyendo su blog que si me hubiera hecho un curso del CEAC. En cualquier caso lo más importante, al menos para mí, no es eso. Lo que realmente me motiva para volver regularmente a su página es el entusiasmo que desprende cuando escribe. Leyéndole se nota que el tipo disfruta de lo lindo con su trabajo. De hecho, lo goza de tal manera que consigue que, a su vez, me entren ganas de ponerme a hacer cosas yo también. Y esa sensación, esa especie de pequeña descarga eléctrica que te sacude las neuronas… es que es cojonuda, oiga.

Izquierda: Boceto de Mike Allred para la carátula de Seducida y abandonada, también
de Pietro Germi. Derecha: portada definitiva, con diseño de Eric Skillman.


Algunas de mis entradas favoritas de Crazy Lummox son las dedicadas al diseño de las carátulas de El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot), La venganza es mía (Shohei Imamura), Amarcord (Federico Fellini), Yi yi (Edward Yang), Las Furias (Anthony Mann) o la caja de clásicos japoneses de los sesenta Rebel Samurai. La verdad es que cualquiera de ellas me habría servido perfectamente para ilustrar este post y os recomiendo encarecidamente que no dejéis de ir a echarles un vistazo, pero como resulta que, además, Skillman es también un apasionado de los tebeos igual que yo y siempre que pueda aprovecha para trabajar con algunos de sus dibujantes favoritos, he preferido enseñaros el resultado de algunas de esas colaboraciones. Todas ellas están vinculadas a sus entradas correspondientes, donde encontraréis muchos más bocetos e ilustraciones. Por cierto, que la relación de Skillman con los tebeos no acaba aquí ni se limita a Criterion. Además de diseñar para la editorial Top Shelf la recopilación de historietas de Eddie Campbell Alec: The Years Have Pants, que saldrá a la venta en septiembre de este año, se estrenó recientemente como guionista mediante varios ejercicios de género negro (dos de ellos, Below the Fold y Spared, realmente estimables en mi opinión). Están disponibles en línea y podéis acceder a ellos desde aquí.

Boceto de Bill Sienkiewicz para Robinson Crusoe on Mars, de Byron Haskin.

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jueves 5 de febrero de 2009

Los mil rostros del doctor Tilley

El próximo 21 de febrero se cumplirán ochenta y cuatro años de la publicación del primer número de The New Yorker. Para celebrarlo, la revista norteamericana convocó el pasado mes de enero, por segundo año consecutivo, un concurso en el que se le brindaba a los lectores la posibilidad de enviar sus versiones de Eustace Tilley, el joven de porte aristocrático, sombrero de copa y monóculo que aparece observando distraídamente una mariposa en la portada de aquel primer número, realizada por el ilustrador y primer director artístico de la revista, Rea Irvin. Adoptado rápidamente como mascota de la publicación, el bueno de Eustace acabaría trascendiendo tal función para convertirse en todo un icono reconocido, asumido, admirado y, cómo no, también parodiado, por centenares de artistas de todo el mundo.

Izquierda: portada original de Rea Irvin para el primer New Yorker.
Derecha: «Eustace, the Undead New Yorker», de David Cook.


Todos los años, The New Yorker aprovecha su número más cercano al 21 de febrero para celebrar su aniversario, evento habitualmente marcado por la recuperación de la portada original de Irvin. El del 2009 salió a la calle el lunes y ya puede encontrarse en algunas librerías y quioscos de nuestro país bien provistos de prensa extranjera. Coincidiendo con su publicación, la página web de The New Yorker ha colgado las 12 ilustraciones ganadoras del concurso «Your Eustace 2009» al que hacía referencia anteriormente. Si ya de por sí sorprende muy gratamente que una publicación de la categoría de The New Yorker se preste a iniciativas como ésta, no lo hace menos la calidad de la mayoría de las propuestas. A pesar de que las ganadoras de este año no coincidan tanto con mi gusto personal como las de la anterior edición del concurso, me ha vuelto a impresionar la cantidad de nuevos talentos a descubrir y ya me veo pegado al ordenador largas horas rastreando a mis favoritos (es una pena que las imágenes no vayan acompañadas de más información acerca de sus autores).

«Rorschach Tilley», de Marcus Thiele, y «A Walk in the Park», de Gary Amaro.


Ilustrando estos dos primeros párrafos, he puesto, además de la portada original de Rea Irvin, las tres que más me han gustado de entre las doce ganadoras. La del perrete, por simpática. Las otras dos, por el modo en el que radiografían el momento cultural en el que nos encontramos. De hecho, no sé qué es lo que me resulta más fascinante de una iniciativa como ésta, si la posibilidad de descubrir un par de docenas de nuevos ilustradores o la oportunidad de tomarle el pulso a la cultura popular y comprobar qué es lo que le late a flor de piel. Que en el año 2009 haya quien elija ilustrar una portada para The New Yorker con el Rorschach de Watchmen o con un zombi (recuperado en esta década como icono del horror de nuestros tiempos tras haber caído en el olvido una vez agotada su última explosión de popularidad a finales de los setenta y primeros de los ochenta) me parece realmente significativo. Si este mismo concurso se hubiera hecho en 1991, lo más probable es que Eustace hubiera aparecido disfrazado de Hannibal Lecter o de Terminator, por mencionar dos de los principales iconos culturales de aquel año. Por eso, porque creo que es una buena manera de saber por dónde van los tiros, y porque a la que disfrutéis mínimamente de la ilustración a buen seguro que os vais a llevar un par de gratas sorpresas, os recomendaría que no dejéis de echarle un vistazo a la galería completa con todas las portadas presentadas a concurso. Son cuarenta y dos páginas a razón de 9 ilustraciones por página, pero merece la pena dedicarle un rato. Al margen de un par de docenas de previsibles Obamas y varios Lincolns inevitables, encontraréis todo tipo de Eustaces de lo más estimulantes. Aquí os dejo algunos de mis favoritos.

«Tilly», de Matt Forsythe, y «Eustace Tilley», de Morgan O’Brien.

«Not So Abstract Tilley», de Paijuano, y «Vintage Tilley», de Dhertzberg.

«Eustace Tiki», de MP, y Eustace Tilley 2125″, de Thewl».

«The New York Frogger», de Jeremy M, y «Eustace Kawaii», de MP.


Si os quedáis con ganas de más, podéis ver las portadas ganadoras del 2008 aquí. Y todas las entradas en el concurso del año pasado en este grupo de flickr. Entrad aunque sólo sea para ver la protagonizada por el señor Burns. Es verdaderamente impagable.

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martes 3 de febrero de 2009

Cubriendo los trapos sucios

Mi amigo Pepón posando con la edición original de Los trapos sucios.

Generalmente soy de la opinión de que, si un libro está bien diseñado, lo mejor que puedes hacer es respetar, en la medida de lo posible, la edición original. En el caso de Los trapos sucios, la portada ideada por Bau-da Design para el mercado norteamericano me parecía realmente apropiada. Como podéis ver en la foto de arriba, Daniel Carter, el director artístico del proyecto, eligió como imagen una botella de Jack Daniel’s envuelta en llamas, en cuyo interior se adivinan las peligrosas curvas de una mujer anónima, posiblemente de mal vivir; una decisión inspirada que automáticamente ilustra varios elementos recurrentes en el libro (cuando los Mötley no están dándole a la botella es porque están «empujando» o quemándole los bajos del pantalón a Nikki Sixx). Más allá de la literalidad, es una portada que (a mí al menos me) transmite rápidamente varias ideas: exceso, intensidad, sexo, rock and roll. En ese sentido, es perfecta para este libro y mi intención era utilizarla también para la edición española. Lamentablemente no conseguí hacerme con los derechos de reproducción, pues Bau-da, que es quien ostenta el copyright, parece haber desaparecido como empresa: hace meses que no actualizan su web (echadle un vistazo de todos modos; tienen algunas cosas chulas) y su servidor me devolvió todos los correos que les envié interesándome por su diseño. Lo cual, lógicamente, nos obligó a buscar una alternativa. Afortunadamente, flickr acudió al rescate el día que Rai Robledo publicó esta foto:

Kickstart My Heart, por Rai Robledo, en Flickr.

Automáticamente, se me encendió la bombilla: si en Estados Unidos habían metido a la chica dentro de la botella… ¡nosotros volveríamos a sacarla! (ejem). La auténtica revelación, hablando en serio, fue comprobar que Rai, partiendo de unos elementos y una estética radicalmente distintos, había sido capaz de transmitir con su foto las mismas sensaciones que, en su momento, me había suscitado la imagen original de Bau-da: chicas guapas, rock and roll, actitud a raudales. Y eso nos abrió nuevas vías en un momento en el que, a lo mejor, andábamos (yo al menos) demasiado obsesionados por emular conceptualmente la portada norteamericana. A mi entender, sólo faltaba un elemento absolutamente imprescindible para Mötley Crüe: el cuero. Tras consultarlo con Manuel Bartual, firmante de la maqueta tanto de Los trapos sucios como de El otro Hollywood y mi gurú espiritual para todo lo relacionado con el diseño, coincidimos en que sería una buena idea intentar recrear la actitud destilada por la foto de Rai, pero combinándola con esta otra imagen:

Se trata de la portada de Too Fast For Love, el primer disco de los Mötley Crüe, y lo que estáis viendo es el paquete de Vince Neil, el cantante del grupo. ¿Nuestra brillante idea? Sustituir la entrepierna masculina por una femenina. ¡Chúpate esa, Einstein! Y ya que estábamos, ¿por qué no ponerle a la chica una botella de Jack Daniel’s en las manos? Para no meternos en problemas de derechos con los de Tennessee, se me ocurrió confeccionar una etiqueta falsa de marca Los trapos sucios y pegársela a la botella. De ese modo, matábamos dos pájaros de un tiro: además de brindarle nuestro pequeño homenaje al Too Fast For Love, me parecía un buen modo de hacer referencia al diseño original de Bau-da. Sin embargo, el día de la sesión fotográfica bastaron cinco minutos para dejar bien claro que ambos conceptos se daban de bruces. Por una parte, las caderas embutidas en cuero de Monelle, la modelo, desprendían suficiente actitud rockera por sí solas; el atrezo no sólo demostró ser innecesario sino también un estorbo. Adiós a mi idea de hacerle cargar a Monelle, además de con la botella, con una guitarra en bandolera, un bajo, dos o tres timbales y un Marshall de 300 kilos.

Por otra parte, me gustaba mucho cómo había quedado la etiqueta y empezaba a sospechar que podía tener entidad suficiente como para llegar a ser la imagen de portada, de modo que me puse a hacerle fotos a la botella en vez de a la modelo. Dicho así parece mala idea, ¿verdad?

Supongo que la balanza empezó a inclinarse definitivamente el día que Manuel me envió este montaje que podéis ver aquí debajo. A veces creo que se pegó el curro única y exclusivamente para convencerme, porque él sí que tuvo claro cuál era el camino a seguir desde el primer momento en el que vio la falsa etiqueta. Es uno de los motivos por los que me gusta trabajar con él, pero no el único.

Otro de ellos es que no le importa darle vueltas a las cosas y explorar nuevas vías por muy avanzado que esté el proceso. Esta prueba que veis abajo la hizo en un par de minutos después de tener el libro ya completado y a punto de enviar a la imprenta. Hacía días que habíamos decidido utilizar la otra portada pero, a última hora, a mí me entró un ataque de pánico; quería hacer un intento con una de las fotos que más me gustaban de la sesión con Monelle para asegurarme de que no estuviéramos equivocándonos. Sinceramente, creo que cualquier otro me hubiera mandado a freír espárragos. ¡Y con razón!

Evidentemente, esto sólo es un boceto apresurado; podríamos haberle dado más vueltas y creo que habríamos acabado teniendo una portada bastante decente, pero eso es lo de menos. Lo importante es que bastó para reafirmarme en que habíamos tomado la decisión correcta. Tengo amigos que siguen prefiriendo la portada fotográfica, pero en última instancia creo que la definitiva es bastante más original y, desde luego, llamará mucho más la atención en las librerías. Aunque, como siempre, la decisión final queda en vuestras manos. Aquí está:

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Este es mi papel, por fin lo encontré: no hay nada escrito. No hay nada escrito.
«Emparedado». Extremoduro
Popsy