Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

lunes 1 de abril de 2013

La escena del crimen

«La escena del crimen. Nuevas aproximaciones al género negro norteamericano» es el título del artículo con el que he colaborado en Supercómic, una antología de ensayos sobre historieta contemporánea coordinada por Santiago García y editada por Errata Naturae que hoy sale a la venta. El libro viene a sumarse a otros volúmenes de la misma editorial dedicados a explorar desde múltiples perspectivas fenómenos de la cultura popular como los videojuegos (Extra Life), las series de televisión (The Walking Dead, The Wire) o la crónica negra (Asesinato en América), y si os queréis hacer una buena idea de quiénes son sus autores y cuáles son sus contenidos, aquí podréis leer completa la introducción de Santiago, en la que además de presentar el contexto y los temas de la antología, repasa y comenta todos los artículos que la componen (en total once, más una historieta de Max con Mireia Pérez).
En lo que respecta a mi aportación en concreto, poco puedo añadir a su explícito título, al margen de que una de las recomendaciones que me hizo Santiago al encargármela fue que la escribiera pensando no tanto en un lector habitual de cómics como en un lector habitual de Es Pop; alguien interesado en la cultura popular en general y con un aprecio particular por el género negro en concreto que pudiera tener cierto interés por dar el salto y añadir unos cuantos tebeos a su dieta habitual de ficción criminal. Con ese objetivo en mente y como guiño al estupendo tebeo homónimo de Ed Brubaker, Michael Lark y Sean Philips que me sirvió de pistoletazo de salida y punto de partida para desarrollar todo el artículo, surge este «La escena del crimen», cuyos párrafos introductorios reproduzco a continuación:

Impulsado por el boom de los escritores escandinavos y reforzado por el arrollador éxito de populares series de televisión marcadas de una u otra manera por el elemento criminal, aunque sea desde perspectivas tan distintas como en Los Soprano, The Wire o Breaking Bad, el género negro parece estar viviendo un extraordinario resurgir comercial que no podía dejar de tener su eco en el mercado de la historieta. No es un fenómeno nuevo. Aunque raras veces haya asumido la preponderancia de otros géneros como la ciencia-ficción y particularmente los superhéroes, la narrativa criminal cuenta no obstante con una rica tradición en el cómic norteamericano, al menos desde el punto de vista cualitativo, con momentos particularmente álgidos como la era dorada de las tiras diarias (con aportaciones tan notables como el Dick Tracy de Chester Gould o Agente secreto X-9 de Alex Raymond y Dashiell Hammet) o durante los años cuarenta y cincuenta (su momento de mayor éxito comercial, cuando cabeceras como Crime Does Not Pay alcanzaban ventas superiores al millón de ejemplares mensuales a la vez que anticipaban el fenómeno de la ficción basada en crímenes reales que posteriormente popularizaría Dragnet en la televisión y dignificaría A sangre fría en la literatura). Ya en los noventa, autores surgidos tanto de la gran industria (Frank Miller con su Sin City) como de la más rabiosa independencia (David Lapham y su autoeditado Balas perdidas) anticiparon el regreso a la palestra del noir con mayúsculas, más allá de la parodia, los vulgarismos y los lugares comunes (el sombrero y la gabardina) que tan a menudo suelen suplir la ausencia de ideas o de un enfoque verdaderamente personal, particularmente en géneros con unos rasgos estilísticos tan marcadamente reconocibles a partir de cuatro clichés como el policiaco. Afortunadamente, lo que hace tan sólo una década podía considerarse poco menos que una presencia prácticamente anómala, parece estar afianzándose poco a poco como una nueva vía, todavía pequeña pero jugosa, para los amantes del noir. El presente texto no pretende ser ni mucho menos una guía exhaustiva del nuevo cómic de género negro, sino simplemente una serie de reflexiones acerca de algunas aproximaciones recientes al mismo, con la intención de contextualizarlas mínimamente en el actual panorama literario y audiovisual, no porque la historieta como medio carezca de sobrada entidad por sí misma, sino pensando únicamente en que, quizá, esta vía pueda resultar más transitable o familiar para aquellos aficionados al género negro en general que anden buscando una puerta de entrada al mundo de la viñeta.
Continúa en Supercómic.

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viernes 13 de julio de 2012

Una entrevista con Vicki Hendricks

Además de escribir ficción, Keith Rawson es un incansable divulgador del pulp. Como colaborador habitual de LitReactor y Spinetingler Magazine, ha realizado diversas entrevistas a algunos de los más importantes autores de la narrativa negra y criminal, entre ellos a Vicki Hendricks, a la cual grabó con motivo del lanzamiento de su recopilación de cuentos Florida Gothic Stories. Keith ha tenido la gentileza de cedernos su entrevista, de la cual hemos extractado y subtitulado el fragmento que encontraréis arriba. Si tenéis ganas y tiempo, no dejéis de echarle un vistazo a la página de Keith en Vimeo, donde podréis ver más entrevistas con autores como James Sallis, Michael Connelly o Charlie Huston.

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miércoles 16 de mayo de 2012

Cinco para el ring

Luna de casino no es una novela sobre boxeo, pero sí es una novela sobre oportunidades perdidas, sueños rotos y cantos de sirena; sobre caminos equivocados y los extremos a los que podemos llegar para intentar enderezarlos. Resulta de lo más apropiado por tanto que, aunque como decía, no sea una novela sobre boxeo, Luna de casino culmine en una explosiva velada pugilística que sirve tanto de telón de fondo como de catalizador para la resolución de todas las tramas urdidas con mano firme y prosa afilada por Peter Blauner. Y es que, al margen de que su utilidad sea metafórica o literal, el boxeo tiene algo, a medio camino entre lo mítico y lo mundano, entre lo brutal y lo poético, que funciona de maravilla a la hora de aplicarlo a la ficción. Esto es algo que han tenido muy claro autores tan dispares como London, Cortázar, Schulberg o Mailer. Pero hoy no quiero hablar tanto de literatura como aprovechar el lanzamiento de Luna de casino como excusa para enumerar mis cinco películas sobre boxeo favoritas. Allá van.

5. MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA
The Harder They Fall · Mark Robson · 1956
Basada en la fabulosa novela homónima de Budd Schulberg (publicada en España hace años por Alba), Más dura será la caída está inspirada en la carrera del gigante italiano Primo Carnera, si bien no se trata ni mucho menos de un «biopic» al uso. Además de camuflar a Carnera tras el personaje de Toro Moreno, la historia no sigue tanto al boxeador como a un periodista en horas bajas que acepta el trabajo de agente de prensa de un promotor poco fiable dispuesto a forrarse convirtiendo a Moreno en un fenómeno. Más centrada en los tejemanejes del negocio que en el deporte en sí (ver la conversación del minuto 32), Más dura será la caída contiene la última interpretación de un terminal pero en cualquier caso excelente Humphrey Bogart y un guión continuamente salpimentado por perlas como «Tus puñetazos no conseguirían cascar ni un huevo». 100 % noir en el gimnasio.

4. EL ÍDOLO DE BARRO
Champion · Mark Robson · 1949
El nunca lo suficientemente ponderado Mark Robson repite como director en esta arquetípica historia de ascenso y caída de un noble bruto con talento para la violencia corrompido por el éxito, cuyos ecos resuenan con fuerza tanto en Rocky como en Toro salvaje. Robson está particularmente inspirado (ver el flashback inicial inmediatamente posterior a la escena de créditos o el montaje musical de Midge Kelly entrenando, secuencia que crearía un patrón repetido posteriormente hasta la saciedad) y Kirk Douglas ofrece una de las más memorables interpretaciones de su personaje favorito: el adorable sabandija capaz de mascar diálogos impronunciables hoy en día como: «Vas a ser una muchachita buena… porque de lo contrario te enviaré al hospital durante mucho, mucho tiempo». Puro nervio.

3. ALI
Ali · Michael Mann · 2001
A pesar de la tibia recepción obtenida en el momento de su estreno, Ali es una película fantástica (particularmente en su Director’s Cut editado directamente en DVD) que va mucho más allá de la vida del hombre anteriormente conocido como Cassius Clay para pintar un fresco ágil y vibrante de la cultura negra norteamericana de los años sesenta. La extraordinaria secuencia inicial, que intercala diversas escenas del pasado y presente de Alí al compás de un concierto de Sam Cooke, marca perfectamente el tono del resto de la película: montaje exigente, abundancia de información presentada de una manera poco complaciente, impresionante reconstrucción del ambiente (que es algo que va más allá de la mera recreación de la época) y actores en estado de gracia ofreciendo algunas de las mejores interpretaciones de su carrera. Recuerdo que a mucha gente le molestó particularmente la secuencia de tres minutos de Ali corriendo por Kinshasa, otra escena que resume a la perfección la voluntad del director por crear momentos interiores no verbalizados que acaban expresando más sobre la personalidad del personaje de lo que podría haberlo hecho cualquier discurso al uso. La inmersión en el ambiente que consiguen crear Mann y su director de fotografía Emmanuel Lubezki es tal que por mí podría haber seguido corriendo otros diez minutos; me hubiera seguido pareciendo igual de fascinante.

2. TORO SALVAJE
Raging Bull · Martin Scorsese · 1980
¿Qué se puede decir a estas alturas de una película tan citada como Toro Salvaje? Agresiva, frenética e inmisericorde, consigue que uno acabe sintiéndose igual de vapuleado que si hubiera compartido unos asaltos con el mismísimo Jake LaMotta y éste le hubiera utilizado para fregar la lona del ring. Para algunos, es excesiva. Para otros, entre los que me cuento, en eso reside precisamente parte de su brillantez. El resto, que no es poco, puede resumirse en el maravilloso blanco y negro de Michael Chapman, la brillantez de Thelma Schoonmaker a la hora de montar todo el filme, pero particularmente los combates, las interpretaciones uniformemente entregadas de todo el reparto, el ajustado guión de Paul Schrader y, cómo no, el intermedio de Cavalleria Rusticana. Pura magia.

1. COMBATE TRUCADO
The Set-Up · Robert Wise · 1949
Robert Wise, que también dirigiría en 1956 la notable Marcado por el odio, con Paul Newman en el papel de Rocky Graziano, hizo su primera incursión en el ring con esta espléndida, exuberante y para su momento enormemente innovadora película que narra, en tiempo real, una noche de combates en un pequeño pabellón de provincias. Hasta allí llega Bill «Stoker» Thompson, un boxeador maduro y en declive que lucha por aferrarse a unas migajas de dignidad, convencido de que todavía le quedan energías para ganar un último asalto. En apenas 73 minutos de puro magro, sin un solo gramo de grasa, Combate trucado plasma con asombrosa plasticidad el paisaje y sobre todo el paisanaje que puebla la noche pugilística con tal visceralidad que uno acaba compartiendo los nervios y sudores de la gran mayoría de sus personajes. El gran Robert Ryan, célebre sobre todo por sus papeles de turbio (cuando no de tarado) en innumerables clásicos del género negro, ofrece en este caso una de sus mejores interpretaciones encarnando con maravillosa y expresiva contención toda la vulnerabilidad y simpleza de Thompson. En resumen: un pequeño clásico que a falta de romperte la cara te rompe el corazón.

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jueves 18 de agosto de 2011

Ocho millones de maneras de escribir

Lawrence Block (Buffalo, 1938) es uno de los últimos grandes de la novela negra de toda la vida, crecido y rodado en la gran escuela del paperback y de las revistas de relatos de los años cincuenta y sesenta, y asentado desde los setenta en una espléndida madurez como autor que nos ha venido brindando con asombrosa consistencia un buen puñado de perlas, muchas de ellas todavía inéditas por desgracia en castellano. Lo mejor de todo es que, a sus setenta y tres años, no parece tener intención alguna de aflojar. Además de haber recuperado hace unos meses a su personaje más emblemático, Matthew Scudder, para una nueva novela titulada A Drop of the Hard Stuff (Mulholland Books), dentro de apenas unas semanas Block publicará Getting Off (Hard Case Crime), una sardónica odisea de sexo y violencia refrescantemente fuera de lugar en nuestro adocenado mercado de hoy en día. Por si eso fuera poco, acaba de lanzar un blog realmente interesante que actualiza con puntualidad británica y ha recuperado prácticamente la totalidad de su catálogo en formato electrónico. Si a eso le unimos que RBA acaba de reeditar nuevamente entre nosotros una de sus obras más celebradas, la inolvidable Ocho millones de maneras de morir, la ocasión la pintaban calva para charlar un rato con él.

Cultura Impopular: ¿Cómo ve usted, que viene de la vieja escuela de aprender con la práctica, escribiendo a matacaballo para la extinta gran industria de la literatura popular, esta nueva cultura de cursos universitarios, academias literarias y manuales para aspirantes a escritor, de los cuales, por cierto, usted mismo ha escrito varios?

Lawrence Block: Debo decir que tengo sentimientos contradictorios. Por una parte, sólo he leído dos o tres manuales de escritura en mi vida, y de eso hace más de cincuenta años. Por otra, mantuve una columna mensual sobre cómo escribir ficción durante catorce años, y he publicado seis títulos sobre la materia. Tengo que creer que tienen cierto valor, a pesar de que ciertamente yo me las apañé perfectamente sin ellos o sus equivalentes. Y mis antecedentes me han vuelto bastante suspicaz hacia los másters de escritura; no quiero decir que hagan daño alguno, pero tampoco estoy convencido de que hagan demasiado bien, y creo que el verdadero peligro está en hacerle creer a la gente joven que son necesarios. Te preparan para enseñar a escribir, pero no estoy seguro de que te preparen para hacerlo. En mi opinión uno se prepara a sí mismo. Yo empecé a escribir cuando el mercado de las revistas y las novelas baratas proporcionaban un buen aprendizaje para los autores. No sé si habrá un equivalente hoy en día, pero podría haberlo. Creo que Internet y la posibilidad de autoeditarse podría cambiar por completo las reglas del juego. Aunque es demasiado pronto para decir en qué quedará todo.

CI: Hablando de Internet, escribió usted una interesantísima entrada en su blog acerca de sus experiencias tras haber leído el libro de John Locke How I Sold 1 Million eBooks in 5 Months. Desde entonces ha multiplicado usted exponencialmente su presencia en la red, se ha abierto una cuenta en Twitter y ha recuperado prácticamente todo su catálogo atrasado en formato e-book. ¿Cuántas horas a la semana suele dedicar a cultivar una relación directa con sus lectores y en qué modo ha tenido que alterar sus rutinas laborales para acomodarse a estos nuevos compromisos?

LB: La verdad, no lo cronometro. Me paso varias horas seguidas sentado frente al ordenador y voy saltando de tarea en tarea, y últimamente uso mucho las redes sociales, pero no creo que lo hiciese si no lo disfrutara. Este tipo de diálogo con los lectores es simplemente una forma distinta de lo que hago en mis libros, ¿sabes? Como también lo es esta entrevista. Y debería añadir que sospecho que toda esta actividad resulta en realidad contraproducente para todos aquellos escritores que no disfrutan haciéndola. Si no me estimulara, me estaría causando más perjuicio que beneficio.

CI: ¿Y qué tal, está satisfecho con cómo le están yendo las cosas desde que se incorporó al mercado del libro electrónico? ¿Ha notado un interés renovado por sus viejas obras?

LB: Lo cierto es que varias novelas mías que llevaban descatalogadas desde hacía una eternidad tienen ahora una nueva vida como eBooks, y hay gente comprándolas y leyéndolas y evidentemente sacando algún disfrute de ellas. A qué equivaldrá eso financieramente, aún me resulta imposible decirlo por ahora, y en realidad podría no ser lo más importante. Siempre he creído que, si la gente lee mis libros, podré ganarme la vida. En última instancia, lo que importa es la obra, ¿sabes? Veo escritores que se trabajan como locos las redes sociales, pero escriben libros que a nadie le apetece demasiado leer, y a pesar de que puede que consigan convencer a la gente para que pruebe con uno, así nunca van a conseguir crear nada perdurable.

CI: El pasado mes de abril se reeditó en España Ocho millones de maneras de morir (RBA), que aunque no es la primera novela protagonizada por su personaje Matthew Scudder, sí que me parece un título muy apropiado para adentrarse por primera vez en su mundo. Con todos los cambios vividos por Scudder a lo largo de su carrera, ¿qué le diría a estas alturas a un lector que fuera a acercarse por primera vez a alguna de sus novelas?

LB: Probablemente no le diría nada, pues prefiero que los libros hablen por sí mismos. En cuanto a los cambios vividos por Scudder, es algo que nunca me planteé cuando empecé a escribir sobre él. Por lo general los detectives de ficción siempre permanecían inmutables y nunca envejecían. Pero el nivel de realismo en las novelas era tal que sentí que no tenía más elección que dejar que Scudder creciera y evolucionara y envejeciera, y es una decisión que nunca he lamentado. El resultado es que puede que ahora esté cercano el momento en el que tenga que dejar de escribir sobre él, pero si no hubiera evolucionado estoy seguro de que lo habría dejado hace mucho tiempo.

CI: El hiato entre su anterior novela de Scudder, All the Flowers Are Dying, y la nueva que acaba de publicar en Estados Unidos, A Drop of the Hard Stuff, ha sido el más largo desde que empezó a escribir al personaje. ¿Por qué le ha costado tanto esta vez volver a conectar con Scudder?

LB: Me resulta difícil contestar a eso. Igual que raras veces sé qué es lo que voy a escribir a continuación, tampoco suelo saber por qué escribo lo que escribo. En este caso concreto, llegó un momento en el que pensé que probablemente no volvería a escribir ningún libro más de Matthew Scudder. Después se me ocurrió plantear la premisa para la nueva novela en un periodo anterior y hasta ahora aún no examinado de su vida, y entonces fui capaz de escribirla.

CI: A Drop of the Hard Stuff comparte título con un álbum de los Dubliners; When the Sacred Ginmill Closes era un verso de una canción de Dave Van Ronk… ¿Cómo de importante es la música para usted?

LB: No sé hasta qué punto la música juega un papel en mi escritura. Puede que fuera más importante en el pasado que ahora. Pero lo cierto es que nunca escucho nada mientras trabajo. Lo último que quiero es una distracción.

CI: Me han encantado todas las reediciones ha publicado Hard Case Crime de antiguos libros suyos, como Grifter’s Game, The Girl With the Long Green Heart y Lucky at Cards, y sobre todo me ha resultado refrescante leer novelas sobre timadores y tahures en los que todo resulta sumamente creíble de lo bien explicado que está y además forma parte integral de la trama, no es mera utilería. ¿Tiende a documentarse mucho?

LB: En realidad no suelo investigar demasiado. Me gusta que las cosas suenen creíbles, y el modo más fácil de conseguirlo es usar entornos y ambientes con los que ya tengo cierta familiaridad.

CI: Su nuevo libro, Getting Off: A Novel of Sex & Violence, también para HCC, deja bien claras sus intenciones ya desde el título y la portada. He leído que de esta manera pretende mantener advertidos y alejados a todos aquellos lectores que le criticaron al encontrarse «por sorpresa» con varios pasajes de contenido sexual y violento en su novela Small Town, lo cual me hizo pensar: tras más de cincuenta (y muy distintos) libros, ¿todavía hay gente que tiene ideas preconcebidas sobre cómo debería ser una novela de Lawrence Block?

LB: Buena observación. Muchos de mis lectores parecen dispuestos a seguirme en cualquier dirección que pueda tomar, pero otros tienen preferencias muy concretas y claras. A unos les gustan los libros más ligeros, a otros los más oscuros. Mi impresión es que si me limito a escribir lo que me apetece, si me esfuerzo por quedar satisfecho con lo que hago, al final todo saldrá bien.

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jueves 18 de agosto de 2011

Eight Million Ways to Write

2011 is turning to be a very busy year for Lawrence Block. He brought back Matthew Scudder last May in the brilliant A Drop of the Hard Stuff (Mulholland Books) and next month we’ll be able to put our grubby paws on yet another new book of his: Getting Off (Hard Case Crime). Also, he’s writing a consistently funny and really informative blog, he has released almost all of his backlist as unexpensive eBooks and even joined Twitter. As an avid fan of his fiction I had been looking for quite some time for an excuse to chat with him; now I had three. No more delays, then. I’d like to extend my gratefulness to Mr. Block for his availability and generosity.

Oscar Palmer: Your career sprang from the “Write-for-your-Life” school of the digests and paperbacks, so I’m curious as to how do you see this new era of college courses, literary academies and «How To» manuals (some of which you’ve even authored) as opposed to the world in which you started your career?

Lawrence Block: Well, I feel conflicted. On the one hand, I’ve only read two or three instruction books on writing in my life, and they were all well over fifty year ago. On the other hand, I wrote a monthly column on fiction writing for fourteen years, and have published six books on the subject. I have to believe they’re of some value, yet I certainly made do without them, or their equivalent. And my own background has made me suspicious of MFA graduate programs in writing; I don’t know that they do any harm, but neither am I convinced they do much good, and I think the real danger leads in young people’s belief that they’re necessary. They prepare you to teach writing, but I don’t know that they prepare you to do it. I think one prepares oneself. I came of age when low-level magazine and paperback markets provided a good apprenticeship for writers. I don’t know if there’s an equivalent nowadays, but there may be. I think the Internet and possibilities for self-publishing may constitute a real game-changer. It’s far too early to tell what it may all amount to.

OP: You wrote a great post on your blog about your experience reading John Locke’s How I Sold 1 Million eBooks in 5 Months and how it led you to launch your blog and your twitter account. Also, your use of the Internet as a tool of promoting not just new work but giving a new life to your backlist in the form of eBooks is nothing short of exemplary. How many hours do you usually spend now on cultivating that direct relationship with readers, and in which ways have you altered your work routines to accommodate these new commitments?

LB: Well, I don’t time it. I sit for hours on end at my computer, and I switch from task to task, and lately I use the social media a lot, but I don’t think I’d do it if I didn’t enjoy it. This kind of dialogue with readers is just a different form of what I do in my books, you know. As is this interview. And I should add that I think all of this is counterproductive for those writers who don’t enjoy doing it. If I didn’t get a kick out of this, I’d be doing myself more harm than good.

OP: So, is it working? Have you perceived some renewed interest in your oldest work? Are you satisfied with how things are coming along since you entered the eBook market?

LB: Books of mine that were out of print forever have a new life as eBooks, and people are buying them and reading them and evidently getting some enjoyment out of them. How much that’s going to amount to financially is unknowable at this stage, and it may not really be the point. I’ve always believed that, if people read my books, I’ll make a living. Ultimately, you know, it’s the work that matters. I see writers who network and promote themselves like crazy, but they write books that nobody much wants to read, and while they may get people to try one, they’re not going to build anything lasting that way.

OP: A Drop of the Hard Stuff is your 17th Matthew Scudder novel. Seeing now how the character has evolved and gotten old and changed along the years, what would you say to a new reader of yours in terms of what to expect, not just of this particular novel, but of all the Scudder series?

LB: I probably wouldn’t say anything to the reader, preferring to let the books speak for themselves. As for Scudder’s aging and changing, I never expected that when I began writing about him. Fictional detectives generally stayed the same and never grew older. But the level of realism in the books was such that I felt I had no choice but to let Scudder grow and evolve and age, and I’ve never regretted this decision. The result has been that it may be close to time to stop writing about him, but if he hadn’t evolved I’m sure I’d have stopped long ago.

OP: The hiatus between your previous Scudder novel, All the Flowers Are Dying and A Drop of the Hard Stuff has been the longest between books since you started writing the character. Why it took you so long to get back to him?

LB: Hard to answer. Just as I rarely know what I’m going to write next, neither do I know why I write what I do. In this instance, I thought I was probably through writing the character. Then I thought of the particular premise of the new book, and its setting in an earlier and previously unexamined period of his life, and I was able to write it.

OP: A Drop of the Hard Stuff shares a title with a Dubliners album; When the Sacred Ginmill Closes was named after a line in a Dave Van Ronk song… How important is music to you?

LB: Actually, I don’t know how much of a role music plays. It may have played a larger one in the past than it does now. I don’t listen to anything while I’m working. The last thing I want is distraction.

OP: I’ve loved all of your Hard Case Crime reprints, particularly Grifter’s Game, The Girl With the Long Green Heart and Lucky at Cards, because in them you describe the mechanics of whatever the characters are doing in a way that puts to shame a lot of modern fiction authors, who tend to tell us how great their characters are instead of showing it with actions. Do you research a lot or it’s just that you’re damned convincing?

LB: I don’t do much research. I like to get things right, and the easiest way to do that is to use setting and milieus with which I already have some familiarity.

OP: Your new book, Getting Off: A Novel of Sex & Violence, makes it abundantly clear right up from the cover that this isn’t a Scudder or a light-hearted caper or whatever, and that’s because you received some backlash for some of the content in Small Town, which made me wonder: after more than 50 and very different books, there’s still people who have preconceived notions about how a Lawrence Block book should be, and they get mad about it?

LB: Good question. A lot of my readers seem willing to follow me whatever direction I take, but some have strong preferences. Some like the lighter books, others the darker ones. My feeling is that if I just write what I want to write, if I strive simply to please myself, it’ll work out all right.

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viernes 29 de abril de 2011

La América abandonada

David Simon.

El domingo pasado, HBO estrenó en Estados Unidos el esperado y fenomenal primer episodio de la segunda temporada de Treme, la serie creada por David Simon y Eric Overmeyer que retrata los quehaceres diarios de varios y variopintos personajes en la Nueva Orleans post-Katrina. Una excusa inmejorable para reproducir un par de fragmentos de esta extensa entrevista con el siempre interesante y locuaz Simon, realizada por Bill Moyers y aparecida en el número de este mes de la revista Guernica.

Bill Moyers: ¿Qué tiene la escena criminal que te aporta un agujero, quizás el mejor agujero, a través del cual ver cómo funciona realmente la sociedad norteamericana?
David Simon: Puedes ver las equivocaciones. Ves aquellas cosas que no llegan a los libros de educación cívica y ves lo interconectado que está todo. Lo conectados que están los resultados del sistema escolar con la cultura de las esquinas. O hasta qué punto interviene la influencia de los padres. El declive de la industria interactúa de repente con esa especie de fraude que es la escasez de la educación pública en los barrios pobres. Porque The Wire no era una historia sobre América, habla de la América que hemos abandonado, la que hemos dejado atrás.
Bill Moyers: Me impresionó una cosa que dijiste, hablando sobre drogadictos que salían de desintoxicarse y tenían que apretar los dientes para volver a arreglárselas en el barrio. Y entonces se encontraban cara a cara con una gran pregunta.
David Simon: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Ya sabes, se trata de tipos que salen de la adicción con treinta, treinta y cinco años, porque a menudo hace falta llegar hasta esa edad para conseguirlo; tipos que llegaron a la adicción acarreando toda una serie de problemas, algunos personales e interpersonales y otros sistémicos. Este tipo de personas son en realidad el excedente de Norteamérica. Nuestra economía no los necesita. No necesitamos al 10 o al 15% de nuestra población. Y ese es ciertamente el caso de aquellos con una carencia educativa, mal atendidos por el sistema escolar de los barrios pobres, que no han sido preparados para la tecnocracia de la economía moderna. Fingimos que los necesitamos. Fingimos que educamos a los críos. Fingimos que de verdad los estamos incluyendo en el ideal americano, pero no lo estamos haciendo. Y no son tontos. Ellos lo saben. Entienden que la única base económica viable en sus barrios es el negocio multimillonario de la droga.

Los chicos de la esquina en The Wire.

Bill Moyers: ¿Puede la ficción contarnos algo acerca de las desigualdades que el periodismo no pueda?
David Simon: A menudo me lo he preguntado, porque fui periodista durante muchos años y me consideraba bastante bueno. Como reportero, intentaba explicar el modo en el que la guerra contra las drogas no funciona, y escribía artículos muy trabajados y muy bien documentados que luego salían al éter y desaparecían. Después me ponían al lado el texto de algún columnista que se limitaba a escribir: «Pongámonos duros con las drogas», como si no hubiera dicho nada. Incluso en mi propio periódico. Y entonces pensaba: «Tío, hacer esto con los datos es una lucha continua». Cuando cuentas una historia con personajes, los espectadores pegan botes en sus asientos, y parte de eso se debe al modo en el que experimentamos la televisión.
Bill Moyers: ¿Es porque estamos atados a los hechos que no podemos llegar hasta donde podría llevarnos la imaginación?
David Simon: Uno de los temas de The Wire era que las estadísticas siempre mienten. Las estadísticas pueden realizarse de modo que afirmen cualquier cosa. Muéstrame cualquiera que describa un proceso institucional en América: medias académicas, estadísticas criminales, índices de arrestos, cualquier cosa que pueda aprovechar un político, cualquier cosa que alguien pueda usar para conseguir un ascenso, y tan pronto como inventes esa categoría estadística, cincuenta personas se pondrán a trabajar en la institución de turno para intentar desarrollar un método que haga parecer que se está dando un progreso cuando en realidad no hay progreso alguno. Vamos a ver, toda nuestra estructura económica siguió a ciegas la idea de que los títulos avalados por hipotecas tenían un valor cuando en realidad no tenían ninguno. Eran tóxicos. Y sin embargo se negociaba con ellos y se promovían porque alguien podía conseguir un beneficio a corto plazo. Del mismo modo que un comisario de policía o un sargento pueden recibir un ascenso, y un mayor puede convertirse en coronel, y un secretario de escuela puede convertirse en director, si consiguen que parezca que los chicos están aprendiendo o que se están resolviendo crímenes. Cuando era reportero tuve un asiento de primera fila para darme cuenta de cómo una vez aprendieron a meterle mano a las estadísticas del crimen, estas dejaron de representar la realidad.
Bill Moyers: Hay una escena en la tercera temporada de The Wire en la que el intendente Bunny Colvin, de la policía de Baltimore, uno de mis personajes favoritos, da una charla inusualmente sincera sobre la futilidad de esta guerra contra las drogas.
David Simon: No creo que tengamos estómago para evaluarla realmente.
Bill Moyers: ¿Qué quieres decir?

David Simon con otro habitual de este blog, George Pelecanos. Foto: Steve Ruark.

David Simon: Una vez más, tendríamos que hacernos a nosotros mismos un montón de preguntas incómodas. La mayoría de las personas afectadas por todo esto son de piel negra, oscura y pobres. Son los cascos antiguos abandonados de nuestras áreas urbanas. Como decíamos antes, económicamente, no los necesitamos; la economía americana no los necesita. Siempre y cuando no salgan de sus ghettos y sólo se maten entre ellos, estamos dispuestos a pagar una presencia policial para que los mantenga fuera de nuestra América. Y para que peleen por las sobras, que es lo que a todos los efectos es la guerra contra las drogas. Como básicamente nos hemos convertido en una cultura basada en el mercado, eso es lo que sabemos hacer y eso es lo que nos ha llevado hasta este triste desenlace. Y creo que vamos a seguir la misma lógica de mercado hasta llegar el amargo final.
Bill Moyers: ¿Que sería cuál?
David Simon: Si no los necesitas, ¿para qué te vas a molestar? ¿Por qué evaluar seriamente lo que le estás haciendo a tus ciudadanos más pobres y vulnerables? No hay ningún provecho en ello, al margen de marginalizarles y descartarles.
Bill Moyers: ¿Eres cínico?
David Simon: Soy muy cínico con las instituciones y su voluntad para someterse a una reforma. Cuando hablamos de personas e individuos, no soy cínico. Y creo que el motivo de que The Wire sea visible, o incluso tolerable, para los espectadores es porque muestra un gran afecto por los individuos. No es una serie misántropa en modo alguno. Tiene un gran afecto por todas esas personas, particularmente cuando se levantan para decir: «No voy a seguir mintiendo. Realmente voy a pelear por lo que percibo que es una pizca de verdad“. ¿Sabes? Con el tiempo la gente recordará The Wire y pensará: “No era una serie tan cínica como nos pareció en su momento. En realidad era más periodística que otra cosa. Estaban siendo groseramente francos. Pero era menos malintencionada de lo que nos pareció». Creo que en Baltimore la respuesta inicial al ver la serie en emisión fue: «Estos tíos están siendo injustos y mezquinos. Han salido a machacarnos». Pero en realidad era una carta de amor a la ciudad.

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lunes 7 de marzo de 2011

Una entrevista con Megan Abbott

Megan Abbott. Foto: Joshua Gaylord.

Siempre que puedo, me gusta charlar un rato con nuestros autores y hacerles una pequeña entrevista con la excusa del dossier de prensa de su libro. Y en realidad no deja de ser eso, una excusa, porque lo que realmente me apetece es compartir unos minutos con ellos. Hasta ahora he tenido suerte y todos han resultado ser bastante majetes, pero con ninguno me había divertido tanto como con Megan Abbott, la autora de Reina del crimen, que publicamos este mes en nuestra colección Es Pop Narrativa (coeditada, como ya sabéis, junto a Valdemar). Su conocimiento casi enciclopédico de la historia del cine negro y nuestra compartida admiración por grandes mujeres de la pantalla como Gloria Grahame amenazaba con convertir la entrevista en una animada charla de bar que habrá que dejar para otro día. Mientras tanto, aquí tenéis la versión más seria y formal que aparecerá en el dossier de prensa.

Cultura Impopular: ¿Cuándo y cómo empezaste a interesarte por el género negro? He leído en tu blog que recuerdas haber visto Gilda con 9 o 10 años, así que supongo que es algo que empezó a muy temprana edad. ¿Eran aficionados tus padres? ¿Te animaron a ello?
Megan Abbott: Mis padres eran aficionados y me animaron mucho. Registraban las librerías de segunda mano en busca de viejos libros de cine para mí y me llevaban a ver cualquier tipo de reposición. El origen de todo lo que escribo puede rastrearse hasta las viejas películas que veía en la tele los sábados y los domingos por la mañana. Primero fueron las películas de gángsteres —particularmente Enemigo público— y luego Howard Hawks, Billy Wilder. De algún modo, aquellas películas, especialmente las de género negro, pasaron a ser un oscuro fundamento para mí; formaban un mundo en el que quería adentrarme, y escribir fue mi modo de entrar en ese mundo.
CI: Es evidente que eres una gran aficionada al cine, así que me preguntaba si podrías explicar un poco la manera en la que el cine ha influido tu concepto de lo que es el género negro. O debería ser.
MA: Ah, muy interesante. Es cierto que mi primera exposición al cine negro fue a través del cine, a la literatura llegué más tarde. Por ejemplo, debí de ver Perdición media docena de veces antes de leer al fin la novela, ya a los veintitantos. En mi opinión ocupan, por lo general, universos separados del mismo género, y me gusta inspirarme en ambos. Hay algo muy especial en las resonancias visuales que aporta el cine al género negro, dando vida a esos ambientes llenos de sombras, aportando una patina de glamour que puede hacer que todo parezca más seductor, más hipnótico, más peligroso. Los libros, por otra parte, son mucho más íntimos y en concreto el uso de la primera persona (como en el caso de Cain y Chandler) aporta mucha intensidad, hace que todo parezca más crudo, más cercano. Y teniendo en cuenta el Código Hays, los libros también te acercan mucho más a lo escabroso, a lo indescriptible. De modo que son dos mundos distintos que conversan mutuamente, se susurran el uno al otro. Los adoro a los dos.

Reina del crimen en España (portada de Fernando Vicente) y en Francia.

CI: Tu primer libro, The Street Was Mine, fue un ensayo centrado en la figura del hombre duro y solitario, el típico antihéroe del género. ¿Fue algo que considerabas que debías estudiar antes de empezar a escribir ficción, como una especie de trampolín para tus propias novelas?
MA: The Street Was Mine empezó como mi tesis. Había completado mi doctorado en literatura inglesa y americana y quería escoger algo distinto para mi disertación, así que se me ocurrió centrarla en todos aquellos libros maravillosos que habían servido de base para mis películas favoritas. Leí El sueño eterno y El cartero siempre llama dos veces y supe que había encontrado mi pasión. Nunca había tenido ninguna intención de escribir ficción, pero mientras trabajaba en la tesis sentí la necesidad de dar salida a todo lo que estaba asimilando de una manera menos analítica, así que empecé a escribir fragmentos de lo que luego acabaría siendo Die a Little, mi primera novela. Al principio sólo eran retazos, una idea vaga, pero cuanto más leía más impulso cobraba. Al escribir un estudio crítico, no tienes demasiadas oportunidades de “disfrutar tu disfrute” de los libros que estás estudiando, así que escribir la novela fue mi manera de conseguirlo.
CI: No sé si estarás de acuerdo, pero para mí tus novelas son una especie de respuesta a esos clásicos de Chandler y Cain que analizaste en The Street Was Mine. No como una respuesta contraria, sino más bien como una aproximación paralela. Tus personajes habitan ese mismo mundo, pero evidentemente tienen una manera distinta de encararlo y puntos de vista diferentes acerca de lo que está pasando. ¿Qué fue lo que aprendiste escribiendo The Street Was Mine y qué impacto tuvo luego en tu prosa?
MA: ¡Gracias! Era consciente, mientras lo escribía, de que se trataba de novelas acerca de un mundo eminentemente masculino, y me pareció que la oportunidad la pintaban calva para escribir el mismo tipo de libros pero con personajes femeninos que no fueran mujeres fatales (o que no estuvieran consideradas como tales ni se vieran definidas únicamente por su habilidad para atrapar a los hombres). De modo que creo que escribir el ensayo me abrió una puerta. Pero lo que pasó principalmente fue que leyendo todas esas maravillosas novelas me entraron ganas de pasar a formar parte de su mismo tejido oscuro. Y al leer tantas de golpe, los diferentes estilos de prosa, la lógica maniquea, su cualidad confesional… sencillamente me fascinaron y me entraron ganas de escribir de la misma manera.

Para que te fíes. Cecil Kellaway, John Garfield y Lana Turner en
El cartero siempre llama dos veces (Tay Garnett, 1946).

CI: Die a Little y Reina del crimen están ambientadas en los cincuenta. The Song is You en 1949. Con Bury Me Deep retrocediste hasta los treinta. ¿Qué parte de la redacción de las novelas tuviste que invertir en documentarte? También me impresiona la aparente facilidad que tienes para reproducir con credibilidad los diálogos y la jerga del momento. Sé que hay autores, como David Peace, que escuchan mucha música, tanto buena como mala, de la época en la que ambientan sus novelas, para estudiar el sentido y el modo en el que se usan las palabras. ¿A qué tipo de fuentes recurres tú cuando escribes una novela de época?
MA: Me encanta el proceso de documentación, particularmente cuando se aparta de las fuentes más tradicionales. Aunque también leo libros de historia, prefiero los productos olvidados de usar y tirar, los cuales, creo, pueden llegar a decir mucho más sobre la cultura del momento que la llamada “historia oficial”. Siempre rebusco en los mercadillos y tiendas de segunda mano en busca de viejos recetarios, catálogos, menús, servilletas de locales, cantidad de revistas populares y tabloides. Y también la música. El enfoque de David Peace me parece que tiene todo el sentido. Yo también escucho cantidad de música perecedera, canciones de gramola perdidas, Tin Pan Alley, canciones humorísticas. Voy absorbiéndolo todo hasta que acaba siendo una especie de collage interminable que se va desplegando en mi cerebro. Y entonces paro y empiezo a escribir.
CI: En otras novelas has utilizado personajes basados en mujeres reales. ¿Hubo también alguna inspiración real tras el personaje de Gloria Denton? ¿Alguna vez ha habido, que tu sepas, una auténtica “reina del crimen”?
MA: Muy pocas a la escala a la que opera Gloria. Gloria está basada remotamente en Virginia Hill, la amante de Bugsy Siegel, en cuyo honor bautizó el Hotel Flamingo. Descubrí que había sido mucho más que la querida de un gángster. El hampa confiaba en ella para trasladar dinero y joyas, para ir a Suiza a abrir cuentas corrientes. Tenía un poder tremendo. En 1951 fue llamada a testificar frente al Senado y no cedió ni un milímetro. Les dijo que no sabía nada sobre el crimen organizado e insistió: “Trabajo donde quiero y cuando quiero. No bailo para nadie”. Esa frase me resultó embriagadora. Supe que quería poner un personaje parecido en el centro de una novela. Hill, en cualquier caso, parece haber sido una persona bastante temeraria, y yo quería hacer de Gloria una mujer más ordenada, más en control. En ese sentido, tiene más de, digamos, actuaciones cinematográficas de Joan Crawford o de Angelica Huston en Los timadores.

A la izquierda, Joan Crawford en Los condenados no gritan, en la que interpretó
un personaje basado en la auténtica Virginia Hill (derecha).

CI: Escritoras de misterio siempre ha habido, pero ¿dirías que ahora estamos viendo al fin una reinvención de algunos de los matices más tradicionalmente masculinos del género negro gracias a la obra de autoras como Christa Faust, Vicki Hendricks o tu misma?
MA: Sí que creo que estamos viviendo una verdadera oleada de ficción criminal más dura y más oscura escrita por mujeres, y me resulta emocionante ver que va cobrando impulso. Por supuesto, ser una mujer que escribe en un rincón tradicionalmente masculino del género sirve de ayuda a la hora de encontrar lectores. Hace que destaques. Eres una anomalía. Pero también hay nuevos terrenos por minar en lo que a tramas se refiere. ¡Sigue habiendo demasiadas pocas novelas negras protagonizadas por enfermeras o maestras de escuela, por ejemplo!
CI: ¿Cuáles son tus tres películas de género negro favoritas?
MA: Oh, qué difícil. Hoy voy a decir que Perdición, En un lugar solitario y El beso mortal.
CI: ¿Y tus tres novelas favoritas?
MA: El largo adiós, ¿Acaso no matan a los caballos? y El cartero siempre llama dos veces.

Bogart y la siempre asombrosa Goria Grahame viven En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950).

  • No te pierdas este artículo de Megan Abbott (traducido al castellano) en el que ahonda en su atracción por el género negro: Nos vemos en la oscuridad.
  • Una banda sonora para Reina del crimen, elegida personalmente por la autora, con temas como «You Don’t Own Me», «The Big Hurt» o «He Hit Me (It Felt Like a Kiss)» que dan buena idea de por dónde van los tiros de la novela. Escúchala en Spotify.
  • Una interesante entrada de Megan en su propio blog hablando de Gilda (en inglés): Bar Nothing.

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domingo 23 de enero de 2011

David Peace: exhumando el pasado – 2

David Peace. Foto: Edinburgh Festival Guide.

Ésta es la segunda entrega de una entrada en dos partes repasando la obra del escritor David Peace. Pincha aquí para leer la primera.

Mil novecientos ochenta y cuatro
Aunque ya no tenga nada que ver con el Red Riding Quartet, GB84 puede leerse no obstante como una especie de culminación o de epílogo a éste. La acción refleja el desarrollo y las consecuencias en Yorkshire de la huelga de los mineros en el transcurso de las 52 semanas del año 1984, con la detención del Destripador aún reciente y la comarca convertida en un polvorín debido precisamente al hartazgo provocado por toda una década de crisis económica, crimen y malestar social. «Mientras escribía los cuatro libros que forman el cuarteto de Red Riding y recordaba el momento y el lugar en el que crecí, supe que la huelga jugaba un papel primordial en todo ello», indica el propio Peace. «Al principio planeé terminar el cuarteto con la huelga. Pero Red Riding hablaba en realidad del efecto de los crímenes del Destripador de Yorkshire y de las investigaciones de la policía sobre la comunidad. Sentí que estaría haciéndole un pobre servicio a la huelga incluyéndola «de pegote» en aquel cuarteto de novelas criminales. De modo que el libro sobre la huelga se convirtió en GB84 y estuve documentándome más de un año, leyendo todos los libros que se habían escrito al respecto, las crónicas de los periódicos, y escuchando la música del periodo. También hablé con un par de individuos que habían estado implicados. Tuve la gran suerte de hablar con dos mineros que habían pasado todo el año en huelga, así como también con un individuo que había estado «dentro» del NUM (la National Union of Mineworkers) y otro del «otro bando»».

Arthur Scargill, presidente del NUM, arengando a los mineros.

Peace tenía 17 años cuando comenzó la huelga y era estudiante en Wakefield, justo en el centro del área minera. Si el cuarteto de Red Riding adoptaba por momentos un tono evocador, nacido de unos recuerdos infantiles convertidos en siniestra mitología, GB84 parece un libro garabateado en cuadernos, un documento activo creado en primera línea, en el que la fábula da paso a la urgencia y la inmediatez. «Aún a riesgo de sonar dramático, fue un libro difícil de escribir emocionalmente», dice Peace, «debido a la culpa que fui sintiendo a medida que iba investigando y escribiendo. A pesar de haber crecido en la zona y de haber vivido allí durante la huelga, me di cuenta de que no había apreciado realmente el alcance de los sacrificios que tuvieron que hacer los mineros en huelga, ni la intimidación y la violencia a la que se vieron sometidos. Mientras que la generación anterior a la mía se había visto radicalizada por The Clash, yo me vi desradicalizado por Sisters of Mercy y empecé a interesarme más por los clubes y por salir a beber. En cualquier caso, en cuanto empezó la huelga de los mineros, nunca hubo ninguna duda a la hora de apoyarlos, y mi grupo participó en conciertos benéficos. [Pero] cuando empecé a escribir GB84, me di cuenta del escaso alcance de mi implicación. Sabía que había gente que había perdido sus casas y tal, pero en realidad no sabía lo que significaba eso. He conocido a individuos cuyas vidas quedaron completamente arruinadas y me pregunto si hoy en día pasaría lo mismo. ¿Veríamos a trabajadores de pozos productivos, que ganan dinero y con buenas perspectivas de futuro, ir a la huelga y perder sus casas y sus ahorros por gente a la que no conocen en pozos poco productivos? Lo dudo, pero no puedes evitar admirar a aquellos que lo hicieron»».
Estilísticamente, Peace vuelve a dar un salto al vacío, pasando a jugar ya no con tres sino con seis tramas paralelas que se van imbricando en el transcurso de esas 52 semanas. Algunas de ellas, aunque intercaladas, siguen un desarrollo más o menos convencional, capítulo a capítulo, en tercera persona. Sin embargo hay dos, probablemente las más íntimas (pertenecientes a Martin, un minero en huelga, y a Peter, un delegado sindical), narradas en primera persona en espesos bloques de texto sin principio ni final que irrumpen abruptamente entre capítulos, creando por momentos una verdadera sensación de esquizofrenia narrativa que dinamita de manera completamente premeditada todos los esquemas convencionales: «Cuando hoy en día se escribe, se habla o se filma sobre la huelga, hay cierta tendencia a centrarse en, por ejemplo, sólo los grupos de mujeres, o a entregarse a cierta nostalgia por las chapas y las banderolas. Y lo entiendo, porque es una manera de intentar sacar algo positivo de una tragedia. Sin embargo, yo quería intentar mostrar la complejidad de la huelga al completo, y desde ambos bandos. La huelga implicó, directa o indirectamente, a millones de personas. De modo que cuando escribí el libro quise ilustrar ese hecho y tener tantas perspectivas distintas como fuera posible, tanto desde el lado del sindicato como del otro. La huelga de los mineros fue intensa, repetitiva y exigente, y sentí que el texto debía reflejar eso».

Una escaramuza con la policía durante la huelga de los mineros.

Desde luego GB84 es un libro exigente con el lector, ya que requiere no sólo grandes dosis de retentiva y concentración sino también, para aquellos que no estamos familiarizados con la vida política británica, repetidas visitas a la Wikipedia ya sólo para averiguar quiénes son algunos personajes, enmascarados tras sonoros epítetos (El Presidente, El Judío, El Mecánico) que contribuyen a diferenciar aún más los acontecimientos a nivel de estado, convertidos en una especia de batalla mítica entre dioses del Olimpo ajenos al sufrimiento real de las personas, del día a día de los trabajadores (que son los únicos que responden a su nombre real).
A pesar de que se trata probablemente de su obra más aclamada hasta la fecha, Peace dice arrepentirse «ligeramente del elemento criminal que tiene el libro o al menos parte. Creo que mientras lo estaba escribiendo, entre 2001 y 2003, me faltaba confianza para escribir sin un elemento criminal. En cualquier caso, hubo realmente una presencia «sombría y paramilitar» en la huelga; técnicas que habían sido utilizadas por los británicos en Irlanda del Norte fueron utilizadas en los pueblos mineros. Hubo presencia de agentes provocadores y del MI5. Así que espero que ese elemento dé una impresión de las fuerzas que se dispusieron contra los huelguistas y de la naturaleza de dichas fuerzas».

Portadas originales de GB84 y The Damned Utd.

Los malditos C.F.
Sea como fuere, ese elemento criminal, del que parecía reacio a prescindir, desaparece por completo en su siguiente novela, The Damned Utd, sin lugar a dudas su libro más accesible y también el más exitoso de su carrera. Inexplicablemente inédito todavía entre nosotros, a pesar de que sí pudiéramos ver su notable adaptación fílmica protagonizada por Michael Sheen, The Damned United narra los 44 días del entrenador Brian Clough al frente del Leeds United como sucesor de su gran rival Don Revie, al que siempre había acusado de promover un juego sucio, agresivo y chusco. Clough venía de ganar la liga con el Derby County, un modesto club de provincias que había ascendido de segunda a primera división bajo su tutela, y siempre se había mostrado sumamente crítico con las tácticas del Leeds, por lo que su decisión de sustituir a Revie con intención de «limpiar» al equipo resultó sorprendente e indignante a partes iguales, tanto para los fans como para los jugadores del equipo. Rodeado de un entorno hostil y atacado inmisericordemente tanto dentro como fuera del campo, Clough fue incapaz de duplicar los buenos resultados que había obtenido con el Derby y fue sumariamente despedido tras tan sólo 44 días como entrenador.
«La gente me pregunta: «¿Por qué escribiste sobre los 44 peores días en la vida de Brian Clough?». Bien, el motivo principal, y esto es cierto para todos mis libros, es que tengo que ser capaz de empatizar con el personaje. Y aunque nunca he ganado la Copa de Europa, sí que he tenido algunos empleos espantosos en los que he tenido que trabajar con personas que ni me gustaban ni les gustaba yo a ellas, y esa sensación fue la que quise recrear. Por otra parte, la mayoría de las novelas tienden a tratar temas no demasiado interesantes, de modo que quise escribir un libro sobre algo que me interesara a mí. Y desde los siete años, las dos cosas que más me han interesado son el fútbol y el pop. Es extraño que, aunque conozco gran número de escritores fascinados por ambos temas, apenas existen novelas al respecto. Son actividades que la gente disfruta como fans, particularmente individuos como yo que han demostrado ser ineptos en ambas cosas, y por lo tanto no se sienten cualificados para escribir sobre ellas. Hay un aire de misterio, como que si al no haber jugado nunca no estuvieras preparado para escribir sobre ello. Pero yo he escrito varios libros sobre polis y nunca lo he sido, y eso sin embargo no le extraña a nadie».

Michael Sheen como Brian Clough en The Damned United.

A pesar de este aparente distanciamiento temático respecto a sus anteriores novelas, The Damned Utd sigue siendo puro Peace. Todos sus tics estilísticos permanecen (las repeticiones, la musicalidad, el tono obsesivo y esa habilidad para dotar de épica al costumbrismo), y aunque narrativamente es mucho más sencilla que las novelas inmediatamente precedentes, también se permite la pequeña pirueta de ir intercalando en paralelo el pasado de Clough entre los sucesos presentes, de tal manera que el libro empieza con su primera jornada como entrenador del Leeds y acaba el día que le ofrecen el puesto. Sin embargo, a pesar de este pequeño ouroboros literario, las tramas están tan bien medidas y alternadas que prácticamente se diría que estuvieras leyendo una novela lineal. «GB84 tenía seis narradores y se desarrollaba a lo largo de un año, y me apetecía escribir algo más directo», recuerda Peace. «Mis libros se estaban volviendo complicados y quería hacer algo más crudo, que tuviera un ritmo más acelerado. Al mismo tiempo, el año 1974 me resulta fascinante. Yo tenía siete años entonces y parece ser el año en el que por primera vez empiezo a tener recuerdos propios en vez de memoria de cosas que me ha contado la gente. De hecho, recuerdo perfectamente todo el asunto con Clough. Fue un verdadero misterio en Yorkshire. ¿Por qué lo despidieron? ¿Por qué aceptó el trabajo? ¿Qué estaba pasando? Pero el lugar importaba tanto como el equipo».
The Damned Utd fue recibido con entusiasmo por crítica y público, pero también generó quejas y cierto malestar, principalmente entre la familia de Clough y de algunos implicados, como el centrocampista Johnny Giles, que llegó a enzarzarse judicialmente con la editorial Faber & Faber «para establecer que se trata de una obra de ficción basada en los hechos y nada más». A este respecto, Peace se explica de la siguiente manera: «Escribí el libro con la intención de que Clough pudiera leerlo, así que cuando falleció [antes de que me hubiera dado tiempo a publicarlo] experimenté una sensación extraña. Sus explosiones de romanticismo eran un poco petardas, pero se trata de un personaje fascinante. Sentí lo mismo con Arthur Scargill. Sencillamente son individuos que te arrastran. Hay gente que asume que escribí el libro porque soy un gran admirador suyo, pero no estoy seguro de serlo. Me genera sentimientos contradictorios. En mi experiencia las cosas raras veces son blancas o negras. Me leí todas las biografías de Clough, pero todas se contradecían. No es que la gente mienta deliberadamente; sencillamente hay muchas cosas que no están claras. En estas circunstancias, la novela es una manera evidente de tratar con el sujeto. No estoy diciendo que todo lo que pasa en el libro sea literalmente cierto, porque evidentemente no estuve allí y mucho menos en su cabeza. Pero la verdad literal en estos casos, tal y como demuestran esas biografías, es algo escurridizo. Pero es un punto de vista legítimo de lo que podría haber sucedido, y creo que ilumina la realidad sin dejar de ser ficción».

El verdadero Brian Clough al frente del Leeds United.

Tokio Año Cero
Tras haber escrito sobre su Yorkshire natal en la distancia, David Peace decidió volver la vista hacia su ciudad de adopción, Tokio. «Inicialmente, lo que quería hacer era escribir cuatro libros que contaran la historia desde la posguerra hasta los Juegos Olímpicos de 1964, fecha que considero el momento en el que Tokio fue aceptada de nuevo en la comunidad mundial. Y quería usar el crimen como modo de contar la historia. Por supuesto, en ese periodo, entre 1954 y 1964, hubo muchos crímenes sensacionales, pero lo que me interesaba era que tuvieran una relevancia política. Cuando llegué a Tokio en 1994, empecé a escribir mis libros sobre el Destripador de Yorkshire a la vez que intentaba averiguar cosas sobre la ciudad como hobby. Leí Tokyo Rising: The City Since the Great Earthquake, de Ed Seidensticker, y Shocking Crimes of Postwar Japan, de Mark Schreiber, y ambos mencionaban el caso de Kodaira Yoshio, un asesino en serie cuyos crímenes me parecieron muy enraizados en aquel momento y lugar. Uno puede elaborar un argumento político a partir de cualquier crimen, pero en el caso de Kodaira básicamente se trataba de un soldado que había violado y asesinado en China y había recibido medallas a cambio. Luego volvió a casa y siguió haciendo lo mismo. Y pudo hacerlo porque las condiciones sociales y económicas del momento se lo permitían, ya que atraía a sus víctimas con promesas de comida y empleo, algo que en caso de haber comida y empleos no habría podido hacer. Me pareció que este caso en concreto me abría una puerta de entrada a aquel momento y lugar, de modo que abandoné la idea de abordar todo el periodo Showa (1926-89) y pasé a centrarme en la Ocupación. Quiero que mis libros sean obsesivos en su detallismo y su concentración, y creo que tres libros sobre la Ocupación, por ejemplo, me permitirán, con suerte, conseguir ese efecto».
Si el objetivo es conseguir libros obsesivos, en Tokyo Year Zero Peace vuelve a cumplir con creces. Estructuralmente recuerda un poco a 1974, en el sentido de que sigue una investigación contada en primera persona, de manera lineal, por un único narrador. En ese aspecto, Peace vuelve a acercarse con este libro a las novelas criminales de toda la vida. Estilísticamente, sin embargo, se encuentra muy lejos ya, no sólo de ellas sino también de sus propias obras primerizas. Aquí, elementos como la musicalidad, las repeticiones concéntricas o el uso de onomatopeyas para marcar el ritmo de lectura alcanzan tal paroxismo que por momentos uno puede llegar a acabar, literalmente, tan desquiciado y de los nervios como el inspector Minami, el encargado de encontrar a un asesino de prostitutas en mitad de un Tokio devastado por la guerra e invadido por las fuerzas de ocupación. Y esa es precisamente la intención.

Tokio en 1945, arrasado por las bombas. El hecho de que la madera siguiera siendo el material de construcción más empleado en Japón contribuyó a que apenas quedaran edificios en pie.

En cualquier caso, escribir sobre Tokio en vez de sobre Yorkshire no ha alterado en exceso el método de trabajo de Peace, que sigue basándose en un exhaustivo proceso de documentación previa. «Básicamente voy a la biblioteca de Nagatacho, en Tokio, y leo y leo y leo los viejos periódicos, tomando nota tras nota tras nota acerca del momento y el lugar en particular sobre el que espero escribir, y luego, en algún momento del proceso, es como si una puerta mental se abriera y me resulta posible salir del aquí y ahora para entrar en el allí y entonces. Las ciudad se van cargando de connotaciones con el tiempo, y eso es algo que he notado ciertamente en Tokio. Quería atravesar las capas, como un arqueólogo, para encontrar el sentido del lugar. Lo que sucedió aquí ha sido cubierto con cemento, pero el pasado reaparece y crece entre las grietas».
Ese pasado es el que ahora culmina en esta Trilogía de Tokio, de la cual ya han aparecido dos entregas, «basadas en crímenes reales, narradas por tres generaciones de la Policía Metropolitana de Tokio. Tokyo Year Zero tiene como telón de fondo el Tribunal de Crímenes de Guerra y las purgas de empresarios, funcionarios y policías japoneses llevadas a cabo por las tropas de ocupación. Está basado en los crímenes y la caza de Kodaira Yoshio, un ex soldado imperial condecorado que violó y asesinó al menos a diez mujeres aprovechando el caos imperante en Tokio entre mayo de 1945 y agosto de 1946. Occupied City, el segundo libro, está basado en el conocido «Incidente de Teigin»: el envenenamiento de 12 empleados de banco durante un robo en enero de 1948. Tokyo Regained, el último libro de la trilogía, seguirá la investigación de la muerte de Shimoyama Sadanori, el presidente de la Empresa Nacional de Ferrocarriles de Japón, cuyo cuerpo fue hallado tirado en una vía la mañana del 5 de julio de 1949. Los tres «incidentes» siguen sin resolver hoy en día».

La portada británica de Tokyo Year Zero y la norteamericana de Occupied City.

Ciudad ocupada
«Todos vivimos en ciudades ocupadas y vivimos ocupados por los engranajes del poder», afirma Peace. «Vivimos en un estado constante de ocupación. Nos vemos constantemente controlados. Sencillamente no somos libres. Creo que nuestros procesos mentales han acabado completamente ocupados por las manifestaciones del capitalismo. Comprar es sólo el ejemplo más evidente de ello». Occupied City, su último libro publicado hasta la fecha, trata precisamente de esos tres elementos: control de la ciudadanía, procesos mentales ocupados y manifestaciones. Peace ya había coqueteado con ciertos elementos sobrenaturales o místicos/míticos en anteriores novelas, pero nunca de una manera tan directa como en ésta. El libro, dividido en doce capítulos, recoge otros tantos puntos de vista de individuos fallecidos, relacionados con el Incidente de Teigin (desde una de las víctimas hasta el presunto asesino, pasando por otros como un periodista, un inspector de policía y un militar norteamericano que investiga crímenes de guerra), convocados desde ultratumba por las 12 velas de una médium.
Es una novela más brutal aún, si cabe, que Tokyo Year Zero, ya que «Parte del libro trata sobre algunas de las atrocidades cometidas en tiempo de guerra por los japoneses, particularmente los «experimentos médicos» llevados a cabo con prisioneros por la tristemente célebre unidad 731. Todos los detalles de las disecciones en vivo, infectando a los prisioneros con sífilis y obligándoles a practicar sexo. Las transcripciones de los tribunales eran interminables. Página tras página. Llegó un momento en el que tuve que parar. Soñaba con ello o iba en el tren y no podía sacármelo de la cabeza. Tuve que alejarme. Fue una forma de autopreservación».

La oficina del banco Teikoku en el que fallecieron envenenados doce empleados en lo que posteriomente se conocería como el Incidente de Teigin.

Occupied City también es una nueva vuelta de tuerca estilística en la carrera de Peace, entregado ya a una experimentación tan radical con las formas del género que, debo reconocerlo, en este caso me acabó resultando excesiva. Pero bueno, es el riesgo que tiene abrir nuevos caminos. En este caso, ya no es sólo que el libro reúna las voces de doce narradores distintos, sino que además alterna continuamente formas como el artículo periodístico, el reporte policial, el informe militar, cartas personales o un diario censurado que incluye hasta las tachaduras, de tal manera que uno acaba un tanto sobrecargado. Aunque ninguno de los títulos de Peace caiga en la categoría de lo que podríamos llamar una lectura fácil, probablemente Occupied City sea el menos indicado para iniciarse en su obra. Lo cual no quiere decir que no tenga numerosos puntos de interés, entre ellos el renovado interés de su autor por ofrecer una visión lo más amplia posible de un momento y un lugar a través de un crimen que nos abre la puerta a prácticamente todos los estratos de la sociedad. «Todo es político, dijo Stokley Carmichael en 1972, y sigue teniendo razón», explica Peace. «La ficción criminal tiene tanto la oportunidad como la obligación de ser la escritura más política en cualquier medio, ya que el crimen es en sí mismo el ejemplo más manifiesto de la política de cada momento. Nos vemos definidos y malditos por los crímenes de los tiempos que nos toca vivir. Los asesinatos del páramo, el Destripador de Yorkshire, Rachel Nickell, Jamie Bulger y Stephen Lawrence: creo firmemente que estos crímenes y sus víctimas, sus investigaciones y juicios (o falta de los mismos) no le ocurrieron a cualquiera en cualquier sitio en cualquier momento; le ocurrieron a personas muy específicas en un lugar muy específico y en un lugar muy específico, y eso es lo que la ficción criminal debería documentar, estos despachos desde primera línea; porque estamos constantemente en guerra, y hay gente muy, muy mala abriéndose camino. Creo que el escritor de novelas criminales, por elección de género, está obligado a documentar estos tiempos y sus crímenes, y el escritor que escoge ignorar esta responsabilidad simplemente está explotando, para su gratificación financiera o personal, un género que en sí mismo nada más que una industria del entretenimiento construida sobre las muertes violentas y repentinas de gente inocente y el interminable sufrimiento de sus familias».

David Peace, fotografiado por Alfie Goodrich para Q Magazine.

A la espera de que David Peace publique, este año, la tercera y última parte de su Trilogía de Tokio, y de que empiece a escribir la que ya ha anunciado será su siguiente novela, UKDK, acerca de la caída de Harold Wilson y la subida al poder de Margaret Thatcher, podemos aprovechar al menos que Alba está publicando a buen ritmo en castellano los libros pertenecientes al Red Riding Quartet y que incluso acaba de editarse en DVD la excelente adaptación televisiva de dicha serie para descubrir o redescubrir la obra de este auténtico renovador de un género todavía hoy observado con cierta condescendencia por la crítica, por mucho que, como observa el propio Peace, «Dostoievsky escribía crimen; Kafka escribía crimen; Brecht escribió crimen; Orwell escribió crimen. Dickens. Greene. Dos Passos. Delillo. Etc. Para mí, hoy en día, “literario» sólo significa autores británicos con su máster en escritura creativa que quieren escribir la «Gran Novela Americana» y llenan las librerías con mierda ilegible, sin argumento ni personajes, ni pelotas ni corazón y, por encima de todo, sin una voz realmente británica. El mejor trabajo siempre se realiza en los márgenes y los géneros: Burroughs y Ballard en la ciencia ficción; Iain Sinclair y Alan Moore; y me siento orgulloso de compartir en la tienda la misma sección que Ellroy, Mosley, Pelecanos y Rankin».

Las declaraciones de David Peace están extraídas y condensadas de las siguientes entrevistas: David Peace en Crime Time; Peter Wilde en Bookmunch, 2004; Steve Finbow en Stop Smiling Magazine, 2006; Peter Watts en Time Out, 2006; Nicholas Wroe en The Guardian, 2008; David Hickey en The Japan TImes, 2009; Damian Whitworth en The Sunday Times, 2009; Entrevistador anónimo en  Socialist Worker, 2009; Tim Adams en The Guardian, 2009; Stephen Phelan en The Herald Scotland, 2009.

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miércoles 27 de octubre de 2010

Nos vemos en la oscuridad

Megan Abbott. Foto: Joshua Gaylord

Si hay una mujer que actualmente pueda considerarse punta de lanza de ese nuevo movimiento que reinventa la novela negra norteamericana más tradicional desde un punto de vista femenino, esa es Megan Abbott. Por supuesto no es la única. Ya conocemos a Christa Faust y desde luego hay más autoras interesantes en activo, como Vicki Hendricks, de la que ya hablaremos más en profundidad próximamente. Pero por ahora, vamos a centrarnos en Abbott. Primero, porque probablemente, de las tres, es la que más popularidad está consiguiendo con sus obras, habiendo cosechado no sólo multitud de elogios por parte de algunos de los grandes popes del género, como el sempiterno James Ellroy, Allan Guthrie, Ken Bruen o Eddie Muller, sino también un aplauso unánime por parte de la crítica, que ha llegado a coronarla como «la nueva reina del noir«. Segundo, porque su novela Reina del crimen, galardonada en el año 2008 con el premio Edgar  (el más prestigioso que puede recibir una obra de misterio en Estados Unidos), será el cuarto título de la colección Es Pop Narrativa, que editamos a medias con los amigos de Valdemar. Y aunque aún faltan algunos meses para que salga al mercado, me ha parecido buena idea ir conociendo a través de unas cuantas entradas la carrera y la obra de esta todavía joven autora, cuya carrera está en estos momentos en pleno despegue. Empezamos hoy con «See You in the Darkness», un texto escrito originalmente para el blog de Mulholland Books, que Megan nos ha cedido amablemente para reproducir aquí. Me parece una buena carta de presentación y da buena muestra del tipo de temas que le interesan como autora: dilemas éticos, ambigüedad moral, sentimientos ocultos, crimen y venganza. En definitiva, todos los elementos de los buenos clásicos del género. Con ustedes, Megan Abbott.

Dos portadas de Richie Fahey para novelas de Megan Abbott.

Nos vemos en la oscuridad
Una fresca tarde de febrero del año 2008, Alan Gordon, el autor de novelas de misterio, me llevó a casa en coche tras la fiesta de lanzamiento de Queens Noir (Akashic, 2008), una antología de cuentos de género negro ambientados en mi distrito natal. Tanto Alan como yo vivimos en Forest Hills, un barrio bastante tranquilo en lo más profundo de Queens. Al acercarnos a la comisaría de la esquina de la calle Yellowstone con Austin, notamos cierto movimiento junto a la puerta principal. Entre los presentes había cámaras de televisión y periodistas inquietos. Al día siguiente Alan me envió un correo electrónico: “Han arrestado a la esposa del dentista por haber contratado a un asesino a sueldo para matarlo. Por eso había tantos equipos de televisión anoche frente a la comisaría. Mi mujer me ha dicho: «siempre he sabido que era un mal bicho»”.
Yo conocía vagamente el caso. En octubre de 2007, Daniel Malakov, un vecino de la zona descrito por los periódicos como «un miembro prominente» de la comunidad judía bukhari de Forest Hills, había muerto tiroteado en un parque infantil cercano delante de su hija de cuatro años. En última instancia, su esposa, la doctora Mazoltuv Borukhova, de la que vivía separado, acabaría siendo condenada de asesinato en primer grado y de haber conspirado con un primo lejano para asesinar a Malakov, con el cual estaba batallando fieramente por la custodia de su hija. La prueba clave: un silenciador casero abandonado en el lugar de los hechos. El silenciador llevó a los investigadores hasta el primo de Borukhova, cuyas huellas dactilares estaban registradas desde que cometiera el delito de haberse colado en el metro sin pagar el billete. Poco después, la policía descubrió que el primo y la doctora habían intercambiado noventa y una llamadas en las tres semanas precedentes al asesinato. Se descubrió el pastel.

Detectives de Queens conduciendo a la Dra. Borukhova al tribunal.

En mi respuesta al e-mail de Alan, recuerdo haber mencionado que toda la historia era, de hecho, un arquetípico relato de género negro:esposa contrata a hombre para que asesine a su marido, sólo para acabar viéndose atrapada por su propia telaraña de engaños. Perdición en la vida real. Pero, por supuesto, más allá de las convenciones del género, el caso apela a algo mucho más elemental relacionado con el perdurable gancho de la ficción criminal, particularmente del noir, con su énfasis en el caprichoso dedo del destino. Hay cierta tendencia a despreciar las novelas criminales como escapismo amarillento y trivial. Este desprecio siempre me ha parecido un intento nervioso por minimizar el auténtico atractivo, completamente visceral, que tiene el género: las novelas criminales no son relatillos desechables de consumo rápido, sino que apelan a nuestra misma esencia, a esas emociones a menudo dolorosamente irresistibles (y forzosas) que, a pesar de todas las capas de «civilización» y modernidad que tenemos encima, aún permanecen sin domar. Deseo. Avaricia. Ira. Venganza. Son motores atemporales. Universales.
Cuando leemos la noticia del dentista asesinado por su esposa, inevitablemente experimentamos sensaciones complicadas que pueden reflejar todo tipo de prejuicios relacionados con nuestras experiencias personales con la pérdida, con el fracaso matrimonial, con la intensidad del amor maternal o paternal. Hacen aflorar justo la misma maraña de sensaciones primarias que provoca la lectura de una novela criminal: esa sensación de que, a pesar de todos nuestros intentos por contener el caos o la mayor parte del caos en nuestro interior, a veces no podemos. A veces, las cosas se tuercen de una manera horrible.
En un artículo muy comentado para The New Yorker (“Iphigenia in Forest Hills”, 3 de mayo de 2010), Janet Malcolm se enfrenta durante casi treinta páginas no sólo al caso Malakov, sino a su respuesta personal ante el mismo ,y en su parte más interesante, a su declarada dificultad para creer, debido a un «prejuicio fraternal», que la refinada e hipereducada doctora Borukhova, con su cara de no haber roto jamás un plato, pudiera ser culpable de semejante crimen. Más aún, es incapaz de ocultar la simpatía que siente por su dilema en el caso de la custodia de su hija, su “viaje desde el despiadado desorden de la vida privada al inmisericorde orden del sistema legal». Un sistema legal que le arrebató dicha custodia al parecer por motivos arbitrarios. Pieza tras pieza, Malcolm repasa una historia cada vez más compleja, repleta de acusaciones de abusos sexuales y violencia doméstica. El caso acaba siendo un laberinto del que la propia autora no consigue salir, y ese laberinto se convierte en el corazón del artículo.

Fred McMurray y Barbara Stanwyck en Perdición, de Billy Wilder.

Cuando leemos novelas criminales que nos afectan, también nosotros podemos sentir que nos internamos en un laberinto, un laberinto que en última instancia conduce de nuevo hasta nosotros mismos. En mi caso, me pasa cuando leo a James Ellroy o a Ken Bruen o a George Pelecanos o a Raymond Chandler, cuyos héroes-detectives experimentan precisamente la misma incomodidad consigo mismos, con sus complejas simpatías, que la que nos muestra Janet Malcolm. Es el tipo de zona gris moral que provoca que nos revolvamos incómodos mientras estamos leyendo, pero a la vez vemos algo de nosotros mismos en ella, y no podemos desviar la mirada.
Supongo que lo que quiero sugerir es lo siguiente: cuando leemos estas novelas, estamos realizando un viaje interno hacia nuestras mejores y peores cualidades e impulsos. Por supuesto, cuando leemos o cuando vemos una serie en la tele, podemos juzgar. Algunas historias están diseñadas para facilitar ese juicio. Ley y orden, por ejemplo, está estructurada de tal manera que casi sea imposible sentirse incómodo o inseguro. Las cuestiones morales están decididas de antemano y podemos observar con la distancia que da la certeza total. Y hay un placer supremo en ello. Volviendo al caso Malakov, recuerdo haber saboreado el titular del New York Post que anunciaba: “MADRE ASESINA, FRÍA COMO EL HIELO HASTA EL MOMENTO DE SER DECLARADA CULPABLE». Aún sigo saboreando ese titular. Pero muchos relatos criminales no nos permiten adoptar esa distancia tan cómoda. Inevitablemente empezamos a identificarnos con todos los personajes «equivocados», con los impulsos más turbios, los motivos más oscuros. Y así comienza un baile: ¿cuánto nos acercarán nuestros contoneos al borde del abismo? ¿Cuánto nos permitiremos mirar hacia nuestro interior, experimentar sentimientos contradictorios, considerar los aspectos más sombríos de nuestra personalidad?
Con esto no pretendo sugerir que todos somos asesinos en potencia; que dadas ciertas circunstancias todos nos veríamos arrastrados a desesperados actos de violencia. Más bien, que las novelas criminales ponen al descubierto aquello que intuimos a un nivel más profundo: que nuestros corazones son un misterio incluso para nosotros mismos. Y que leer ficción criminal nos permite visitar clandestinamente nuestros rincones más secretos. Y cuando giramos la última página, sentimos cierto alivio al saber que podemos, por el momento, dejar de buscar. Podemos volver a sentirnos más cómodos con nosotros mismos. Podemos dejar el libro y empezar a fingir de nuevo.

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domingo 26 de septiembre de 2010

Uno de los nuestros. Una historia oral

El pasado domingo 19 de septiembre, precisamente el mismo día que se estrenaba el espectacular piloto de Boardwalk Empire, dirigido y producido por Martin Scorsese, se cumplía el vigésimo aniversario del lanzamiento de la que posiblemente sea su película más celebrada e influyente: Uno de los nuestros. Con tal motivo, la edición norteamericana de la revista GQ ha preparado para su número de octubre un excelente y extenso artículo acerca de la creación de la película en plan historia oral (y si todavía no sabes qué es una historia oral es que aún no has leído El otro Hollywood). El artículo está ya disponible en su web y de ahí es de donde he extraído estos fragmentos. La verdad es que cada día me gusta más el formato «historia oral» y casos como este, o como el de la Historia de los Cómics Marvel que ya recuperamos aquí en su momento, darían realmente para libros enteros.

EL REPARTO
Martin Scorsese (director; coguionista): Había visto a Ray [Liotta] en Algo salvaje, la película de Jonathan Demme. Me había gustado mucho. Y luego lo conocí. Estaba en el vestíbulo del hotel del Lido en el que se celebra el Festival de Cine de Venecia, adonde había ido a presentar La última tentación de Cristo. Tenía un montón de guardaespaldas. Ray se acercó a mí en el vestíbulo y los guardaespaldas se dirigieron hacia él, y tuvo un modo interesante de reaccionar: no retrocedió pero a la vez les hizo entender que no representaba ninguna amenaza. Me gustó su modo de manejarse en ese momento y pensé: «Oh, veo que entiende este tipo de situaciones. No es algo que vaya a tener que explicarle».
Ray Liotta (Henry Hill): Creo que fui la primera persona que se reunió con Marty, pero hizo falta quizás un año para que la cosa llegara a concretarse. Fue un proceso muy, muy largo. Era un recién llegado. En aquel momento sólo había hecho tres películas. Y lo único que sabía era que el estudio quería a otros. «¿Y por qué no fulanito? ¿Y qué tal Eddie Murphy?».
Irwin Winkler (productor): Tom Cruise fue una de las opciones.
Barbara De Fina (productora ejecutiva): Madonna parecía ser una seria candidata [al papel de Karen, la esposa de Henry]. Recuerdo que fuimos a verla en la obra Speed-the-Plow. Marty pasó a saludarla al terminar. Con toda seguridad había alguien empeñado en darle el papel. ¿Os lo podéis imaginar? ¿Tom Cruise y Madonna? Pero Marty es capaz de sacarle una buena actuación a prácticamente cualquiera.

LA MÚSICA
Nicolas Pileggi (coguionista): Íbamos revisando el guión página a página. Y Marty iba diciendo: «Añade una nota, añade una nota. Pon: «ventana»». Estaba pensando en un plano a través de la ventana. O decía: «Pon «Cream»». Yo ni siquiera sabía a qué se refería. En aquel entonces aún seguía escuchando a Frank Sinatra.
Christopher Brooks (editor musical): Marty me dijo una vez que sabía todas las canciones que iba a incluir tres años antes de rodar la película. No hubo supervisor musical. Marty fue el supervisor musical.
Illeana Douglas (Rosie): La música ayuda realmente a Marty a contar la historia. Hace que todo empiece a fluir. Y su sentido del tempo es increíble. En la sala de edición, durante el montaje, iba marcando el ritmo. Chasquea mucho los dedos. Si conoce la música, puede anticipar dónde van a ir los cortes.
Scorsese: Cuando hablo de recrear el espíritu de aquel mundo, la música es tan importante como el diálogo y los comportamientos. A partir de 1947, la música fue la banda sonora de lo que estaba sucediendo en las calles, en los cuartos traseros. Y afectaba, en ocasiones, el comportamiento de la gente, porque sonaba por todas partes. En verano la gente sacaba las gramolas a la acera. Las ventanas estaban abiertas y podías oír lo que todos los demás estaban escuchando. La emoción de aquel momento viene expresada por la música. Así veía yo la vida. Así es como la experimentaba.

LA AUTENTICIDAD
Heather Norton (ayudante de producción): Para Marty, aquella película no era real a menos que reflejara correctamente todos los detalles. Mientras aún nos estábamos preparando, él, Pesci y De Niro fueron a un sastre italiano para que les tomara las medidas y les fabricara sus espectaculares trajes. Todas las telas fueron importadas de Italia. De Niro y Pesci estaban encantados. ¿Cómo no iban a estarlo? Querían lucir auténticos. Yo sólo estaba allí para tomar notas: «Vale, brazo izquierdo…».
Deborah Lupard (segunda ayudante de dirección): [Scorsese] estaba implicado en todos los detalles, hasta en el último anillo que tenían que ponerse en los dedos. Si un actor necesitaba llevar dinero real en las escenas, se lo conseguía. Marty siempre trabaja así: siempre está pendiente de los actores y empeñado en darles todo lo que necesiten.
Robert Griffon (atrezo): El único que usa dinero real en la película es De Niro. Llevaba unos 5.000 dólares en efectivo en el bolsillo. Yo mismo fui al banco a sacar un par de miles, pero había que estar atento con ellos. Como en la escena en el casino, en la que continuamente está repartiendo billetes de 50 y de 20. En cuanto cortaban, intentábamos recuperarlos todos de inmediato: «¡Que nadie se mueva!».
Liotta: Marty me hacía el nudo de la corbata todos los días. Lo quería de un modo muy específico.
Kristi Zea (diseñadora de producción): Marty trajo a su madre para que cocinara en las escenas en las que salen comiendo platos italianos, porque quería que los actores se sintieran como si estuvieran realmente allí.
Griffon: Se vino con una fuente de porcelana tapada con papel de plata. Aquella enorme olla de salsa estuvo cociendo tres días enteros, mientras rodábamos la escena [del día de la detención de Hill]. Y cada día estaba más buena.
Kevin Corrigan (Michael Hill): Me dejaron bien claro lo importante que era que me mantuviera alejado de la salsa y que no metiera el dedo. Todo el mundo decía: «¡Es una pieza de atrezo! No puedes comértela». No les hice ni caso.
Michael Ballhaus (director de fotografía): Marty contrató a muchos individuos extraños que no eran actores, porque entendían mucho mejor el mundo de la película de lo que quizá podría hacerlo un actor.
Debi Mazar (Sandi): La respuesta corta es: sí, muchos de los extras eran gángsters.
Ellen Lewis (directora de reparto): Me dijeron que tuviera en cuenta a varios de ellos para el reparto, pero algunos eran demasiado notorios como para planteárselo siquiera: «¡No podemos poner a este tío delante de una cámara!». Y en realidad eran los que más aspecto de normal tenían.
Mike Starr (Frenchy): En la película participó un detective, Louis Eppolito [que interpretó a uno de los gánsters, Fat Andy]. Más tarde lo condenaron por ser un sicario al servicio de la Mafia.

EL ARRANQUE
Michael Imperioli (Spider): Al principio la película tiene como un rollo romántico. Los cincuenta, la música, la ropa… hay una inocencia. Es nostalgia. En mi opinión, si Scorsese abre la película con un asesinato tan brutal es porque no quiere que nos perdamos demasiado en esa inocencia. Desde un principio te está diciendo: la película va de esto. Un tío siendo acuchillado en la cuneta. Esta película trata de un modo de vida peligroso y violento.
Pileggi: Creo que la voz en off es la clave de esa película. Marty me dijo: «Cuando cierra el maletero del coche y desvía la mirada, voy a congelar la imagen y entonces se oirá lo de «Desde que puedo recordar, siempre he querido ser un gángster»». Es muy inusual tener una voz en off sobre una pantalla inmóvil y vacía, salvo por el rostro del tipo. Pero funciona. En muchas películas la voz en off es casi una muletilla, algo redundante. La voz en off no funciona a menos que tengas una gran narración con todos los matices y las características del personaje. Mientras escribíamos el guión, hablaba a menudo con Henry Hill, y todo ese diálogo está transcrito prácticamente palabra por palabra.
Liotta: Nick Pileggi me dio no sé cuántas horas de cintas de entrevistas con Henry Hill, que yo escuchaba a todas horas. Henry contaba lo que había sucedido, siempre de una manera casual: «Oh, sí, y luego se cargaron a no sé quien». Comiendo patatillas, con la boca llena de comida.
Pileggi: Podrías habernos dado a Marty y a mí todas las drogas de Malibú, que no hubiéramos sido capaces de inventarnos esos diálogos.

UN ESPACIO PARA LA IMPROVISACIÓN
Norton: En los platós de Scorsese no hay ruido. Ni distracciones. Aquellos que no están en su círculo interno lo tienen difícil para abordarle, y él tampoco quiere que lo hagan, porque necesita estar concentrado. En otra película le pusieron espejos de tal modo que si había alguien sentado detrás de él arrugando un envoltorio de caramelo pudiera ver quién era para echarlo del set. La sensación que daba era que no podía tolerar las distracciones. Que el plató no era un lugar público. Y creo que lo hacía en beneficio de los actores. En un entorno tranquilo en el que sentirse cómodos, podían improvisar a gusto.
Scorsese: Cuando le pedí a Joe Pesci que participara en la película, al principio no quiso hacerlo. Fuimos a mi apartamento y me dijo: «Deja que te cuente un par de historias. Si encuentras hueco para este tipo de cosas, a lo mejor podremos crear algo especial».
Liotta: Joe había sido camarero en un restaurante del Bronx o de Brooklyn. Le dijo a un gángster lo de «Eres muy gracioso» y el tipo se le echó encima.
Scorsese: Joe lo interpretó para mí. Después hicimos un ensayo con Ray y lo grabamos en cinta. Construí la escena a partir de la transcripción y se la di a ellos como guía para los distintos niveles de agresividad y cómo va cambiando el tono de la conversación. Nunca estuvo en el guión.
Frank Adonis (Anthony Stabile): Los demás no sabíamos que lo iban a hacer. Yo no hacía más que pensar: ¿Adónde quiere ir a parar Joe con esto?
Thelma Schoonmaker (editora): Scorsese quería mostrar que a medida que Pesci se va enfadando cada vez más, Ray y los hombres que les rodean dejan de reírse, y en sus caras ves reflejado el temor que empiezan a sentir. La clave estaba en cuánto prolongarlo hasta llegar al momento en el que Ray dice: «Vamos, no me jodas, Tommy» para romper el hielo. Fuimos ajustando la secuencia una y otra vez hasta conseguir el ritmo adecuado para ese momento increíble en el que Ray sabe que si no arregla las cosas lo mismo se lo cargan.
Liotta: La secuencia debía acabar cuando digo: «Vamos, no me jodas, Tommy». Pero uno no corta de inmediato, hay que dejar respirar la escena, a ver qué pasa. Y por algún motivo añadí: «Realmente eres un tío gracioso» y Joe sacó la pistola. Fue una ocurrencia del momento, literalmente.
Pileggi: Puede que haya recibido incluso premios debido a esa secuencia tan increíble que supuestamente «escribí». ¡Nunca estuvo en el guión! ¡No tenía ni idea de que la iban a rodar!
Liotta: Recuerdo un día tras los ensayos que salí de allí con Joe [Pesci] y Bob [De Niro] y me sentí como si fuera un crío saliendo de casa con sus hermanos mayores. Hice otra película con Bob, pero no puedo decir que lo conozca bien. Siempre me sentí como un extraño con ellos. Nunca me sentí lo suficientemente cercano como para bromear. Pero a veces, durante un rodaje, lo más importante es ponerse al servicio de la historia, y a lo mejor eso era lo que estaban haciendo: si en pantalla no sois amigos, mantén al actor a distancia.
Robert De Niro (Jimmy Conway): Creo que en ocasiones eso es cierto. Puede que en parte fuese algo deliberado por mi parte y por la de Joe.
Douglas: Ray acababa de acceder al carril rápido para convertirse en una estrella, pero creo que ciertas inseguridades y problemas familiares de su vida real quedaron registradas a tiempo real por la cámara. Estoy segura de que Marty era consciente de ello, no para explotarlo de una manera artera, pero sí utilizándolo como una ventaja.
Liotta: Mi madre estaba en el hospital y murió en pleno rodaje.
Deborah Lupard (segunda ayudante de dirección): Recuerdo que estábamos en el club rodando cuando alguien recibió la llamada y tuvo que comunicárselo. Recuerdo lo estoico y lo profesional que fue. Creo que salió del plató hasta que fue capaz de respirar y seguir adelante, luego volvió y terminamos la jornada.

LA MUERTE DE BILLY BATTS
Scorsese: El punto de inflexión es Billy Batts. Matar a Billy Batts es lo que marca sus destinos. No tenían motivo para hacerlo. Y Jimmy no tendría que haberse unido a ellos.
Peter Bucossi (doble): Aquella noche De Niro me dio una buena paliza. Llevaba protectores, pero recuerdo que de todos modos al día siguiente estaba lleno de cardenales. O sea, él intentaba darle a las partes acolchadas, pero siendo una escena tan furiosa tampoco estaban demasiado preocupados por asegurarse
Douglas: Para esa escena Marty utilizó una canción de Donovan [«Atlantis»]. Eso sí que es ser intuitivo a la contra. Recuerdo que quería oír un verso en concreto de la canción: «Aunque eran dioses».
Scorsese: Hasta cierto punto esa era la idea que queríamos transmitir, que son como dioses y los dioses caen. La repetición del estribillo, «En lo más profundo del océano, donde quiero estar», reproducía la naturaleza hipnótica de lo que estaban haciendo, que eran incapaces de parar.
Douglas: Lo gracioso es que desde entonces he acabado conociendo a Donovan, pero nunca se lo he mencionado. «Oye, ¿qué te pareció que Martin Scorsese utilizara tu canción para cargarse a un tipo a golpes?». Ya sabéis que es vegetariano, pacifista y todo eso.
Donovan (cantante): Cuando me enteré de que el maestro Scorsese quería mi canción, le dije a mi editor: «Lo que sea que quiera hacer Martin con ella, puede hacerlo». Por supuesto, no condono la violencia, pero los artistas intentan retratar la vida y en ocasiones los cineastas utilizan la música como contraste en una escena, a modo de yuxtaposición.

LA CAÍDA DE HENRY HILL
David Chase (creador de Los Soprano): La secuencia en la que mueve la cocaína, a la vez que prepara la cena, va a recoger a su hermano en la silla de ruedas y esquiva helicópteros, el modo en el que está utilizada la imagen y la música para que te sientas como si tú también estuvieras colocado de coca… No creo que nadie haya hecho nada parecido ni antes ni después. Eso es cine.
Corrigan: Suenan como cincuenta fragmentos de canciones distintas en un minuto. George Harrison y los Rolling Stones. Muddy Waters, The Who.
Spike Lee (director): Es uno de los pocos que sabe cómo encajar la música con la imagen. No se trata sólo de coger un tema cojonudo y superponerlo. ¡Es evidente que esa escena ha sido dirigida por alguien que ha consumido cocaína! Es así de sencillo. Y que ha consumido cantidad. Si como en mi caso nunca la has probado, después de ver esa escena ya sabes lo que se siente.
Mazar: Marty se sentaba conmigo en los escalones de un edificio de pisos de Harlem abandonado en el que estábamos rodando y me contaba historias de cómo, por ejemplo, la nariz le sangraba cuando esnifaba cocaína. Puso cantidad de cosas de su pasado en mi personaje.
Pileggi: En última instancia, la ironía es que Henry, tras haber traicionado a todos sus conocidos, se convierte en aquello de lo que intentaba escapar y por lo que se hizo gánster. Ha de hacerse pasar por una persona normal para seguir con vida. Para Henry, es el purgatorio. Donde vive no tienen comida italiana; encarga espaguetis con tomate y le dan fideos con ketchup.
Scorsese: Y está disgustado por ello. Hasta cierto punto, creo que eso fue una provocación hacia el público, que estos individuos vivan de esta manera, hagan esas cosas, y que él se queje de que no puede seguir haciéndolas. Una vez te has convencido de que necesitas de todo y de que lo quieres todo, no queda otro camino, has de seguir obteniendo y acumulando y consumiendo. Y cuando te arrebatan eso, no te gusta. La cuestión es: ¿cuánto más quieres?

UNA MALA PELÍCULA
Julia Judge (ayudante de Martin Scorsese): El marido de Thelma Schoonmaker falleció mientras estaban montando Uno de los nuestros. Michael Powell, el director de Las zapatillas rojas y Vida y muerte del Coronel Blimp. Era mucho mayor que Thelma, pero fue el amor de su vida.
De Fina: Marty, que era un gran fan de las películas de Michael desde que era niño, lo había redescubierto. Creo que les costó bastante localizarlo. Intentamos restaurar muchas de sus películas.
Schoonmaker: Michael Powell le había enseñado muchas cosas a Scorsese, de modo que Marty le correspondió recuperando sus películas para el mundo y haciendo que volviera a sentirse vivo. Cuando tuve que llevarme a mi esposo de vuelta a Inglaterra, Marty se encargó de todo: limusinas, avión privado, ambulancias. Y lo único en lo que mi marido podía pensar mientras me lo llevaba de vuelta, era en la libertad artística de Marty. Era algo que le obsesionaba. Marty canceló las sesiones de montaje de la película durante dos meses para que pudiera llevarme a mi marido a casa. Después, cuando falleció, tuve que volver para ayudarle a terminar. No quería hacer nada, no tenía ni ganas de vivir… Sinceramente, tener que volver al trabajo me salvó la vida.
De Fina: Los pases de prueba fueron aterradores. Para cuando se cargan a Spider, el público estaba cabreado. Querían volver a pasarlo bien. La película les estaba llevando hacia un lugar al que no estaban convencidos de querer ir. A mucha gente no le gustó nada toda la parte en la que [Henry] está drogado; les ponía nerviosos. En una ocasión tuvimos que escondernos en una bolera porque el público estaba furioso. Un tipo escribió ¡QUE OS JODAN! en la tarjeta de comentarios.
Pileggi: Hicieron un pase de prueba en California del Sur, para un público compuesto por gente blanca y conservadora de Orange County. Nada más ver la escena en la que acuchillan y acribillan al tipo en el maletero, unas setenta personas se marcharon. Los ejecutivos de Warner Bros. que estaban presentes dijeron: «Hostia puta. Tenemos una mala película. Tenemos problemas».

Bob Daly (ex presidente Warner Bros.): Deje que únicamente le diga que no fue mi mejor experiencia tras un pase de prueba. Todos estábamos un poco deprimidos. Pero también sabíamos que era una buena película.
Pileggi: Bob Daly tuvo que ir innumerables veces a defender la postura de Marty frente a la junta de calificaciones. Hay que reconocerle el mérito. Fintó y dribló y les montó todo un número. Le gustaba la película y quería pelear por ella.
Schoonmaker: Scorsese no estaba contento. Siempre que Marty se altera es por su libertad artística. Y con razón. Pasamos por esto con cada película.
Daly: Era una película con algunos momentos duros. Marty siempre accedía a cortar algo, pero se trataba de uno o dos fotogramas cada vez. No creo que haya ninguna omisión importante en la película.
Pileggi: Bob acabó venciendo por agotamiento a los de la junta de calificaciones. Mientras tanto, los de marketing dijeron: «¿Que se han salido setenta personas? ¿Pero qué estamos haciendo?». Como consecuencia, la película se iba a estrenar en 2.000 salas pero sólo se estrenó en 1.000. También pueden poner tu película en un cine de primera o en salas de segunda, con menos asientos y peores instalaciones. Estaban convencidos de que tenían un fracaso entre manos.
Daly: No recuerdo nada de eso. Sí sé que a partir de aquel pase de prueba debimos llegar a la conclusión de que se trataba de una película que iba a depender mucho del boca a boca. Y eso dicta el modo en el que estrenas una película. Creo que optamos por menos salas.
Pileggi: Entonces empezaron a llegar las reseñas. Fue como la caballería. Sé que hubo individuos en el estudio que se cabrearon con los críticos, porque estaban poniendo de relieve que se habían equivocado. Y cada día su equivocación se iba haciendo mayor hasta que se encontraron hundidos en la mierda. No podían pasarnos a cines más grandes, no podían hacer nada. Nos quedamos atorados por Bailando con lobos, que fue un superéxito.
Douglas: Le dije a Marty: «Creo que sabes que Bailando con lobos va a ganar como Mejor Película y que tú vas a ganar como Mejor Director».  Incluso le compré una mesita para que pudiera poner su Oscar. En aquel entonces salíamos juntos. Cuando perdió, fue como una nueva condena a la película. Recuerdo que dijo: «Me ponen en primer fila con mi madre y luego no gano», lo cual es un comentario de lo más italiano. Volvió a casa en plan: «No les gusto. Realmente no les gusto».

VEINTE AÑOS MÁS TARDE
Vincent Pastore (Hombre con abrigos): Marty vio algo en nosotros. Unos cuarenta y cinco secundarios de los que salen en Uno de los nuestros consiguieron su carné del sindicato de actores porque quería a gente real. Eran tipos genuinos, de Williamsbridge [el Bronx], de Brooklyn y de Little Italy. De eso es precisamente de lo que va Uno de los nuestros. [Vincent Pastore interpretaría luego a Big Pussy Bonpensiero en Los Soprano].
Imperioli: Probablemente el 80 por ciento del reparto acabó en Los Soprano. [Michael Imperioli interpretó a Christopher Moltisanti en Los Soprano]
Chase: Lo que dejó huella fue el humor absurdo y en cierto modo terrible. Y la vida hogareña: la casa de Paul Sorvino, la madera, él en pantalones cortos en el patio, la barbacoa, los invitados a comer el domingo, la vida cotidiana de los italoamericanos. El desafío era crear una buena serie mafiosa sin encontrarse al mismo reparto a cada instante. Porque todos eran tan buenos que seguían actuando. Frank [Vincent] tuvo que esperar cuatro o cinco años hasta que consideré que Los Soprano había establecido su propia identidad de tal modo que [Phil Leotardo] pudiera ser percibido como un personaje muy diferente a Billy Batts. También le ofrecí a Ray Liotta el papel que en última instancia interpretó Joe Pantoliano, Ralphie.
Liotta: Veinte años más tarde, no pasa un día sin que alguien me mencione Uno de los nuestros. A menos que me quede encerrado en casa. En cierto modo, ha definido quién soy.
Imperioli: No sé si habría tenido la misma carrera de no haber aparecido en Uno de los nuestros. Probablemente no. ¿Me habrían contratado para Los Soprano? ¿Quién sabe si habría existido Los Soprano?
Pileggi: A los de la mafia les encanta, porque es un retrato fidedigno y conocen a la gente que aparece en ella. «Es como ver una película casera», dicen.

Mucha, pero que mucha más información, en el artículo original de GQ, que además incluye un añadido de entrevistas en audio para rematar la faena. De verdad que merece la pena.

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Sólo debemos leer libros de los que nos muerden y pinchan. Si el libro que
leemos no nos despierta de un puñetazo en la cara, ¿para qué leerlo?
Franz Kafka
Popsy